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miércoles, 29 de septiembre de 2010

SE ACURRUCAN LOS RINCONES O VALLEJO SIN FRONTERAS/ Manuel Velásquez Rojas

El primer acierto del libro de Pedro Granados es su título Vallejo sin fronteras. Verdad indiscutible. Nuestro gran poeta peruano, con sus versos, llega a los países más remotos. Un breve dato ilustrativo. El 27 de abril del 2010, organizado por el Instituto Cervantes de Nueva Delhi, en ceremonia solemne se leyeron, en castellano y en los idiomas hindi y jaipur, textos poéticos de César Vallejo. El profesor de la Universidad Nehru, el doctor Shyama Prasad Gauguly fue el que pronunció la conferencia sobre la vida y obra de César Vallejo, y leyó en castellano, y en hindi y jaipur los textos escogidos de nuestro vate universal. Gauguly, traductor del poeta santiaguino, es un peruanista destacado en el mundo cultural de la India. Vemos, que ya Vallejo llegó a la India, a ser parte de su cultura milenaria. Recordemos que el hindi es hablado por más de 333 millones de indios, y que el jaipur es una de las lenguas oriundas del Estado de Bihar. Y, ahora sí, hablemos sobre el libro que nos convoca esta noche primaveral. Es un libro de artículos con temas variados estructurados por el conocimiento y la pasión vallejiana de Pedro Granados, quien, por cierto, es Ph.D en Hispanic Languages and Literatures por la Universidad de Boston, y ha publicado un libro importante y esclarecedor en la nueva bibliografía vallejiana con el título Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, que ya lleva dos ediciones, en el 2004 por el Fondo Editorial PUCP, y en ese mismo año se editó por la Universidad Autónoma de Puebla, México. Digo, es difícil establecer una jerarquía en los artículos presentados, pero para mi sentir e inquietud intelectual he escogido dos para analizarlos y glosarlos. El primero lleva por título “Mujer fatal, compañera y madre en la poesía de César Vallejo”; y el segundo “El diálogo Borges – Vallejo: un silencio elocuente”. Ingresemos con mirada atenta y pensamiento abierto al primer artículo. La metodología moderna de presentación del mismo, nos lleva a comprender rápidamente su intención, análisis, y linderos. Como el autor lo dice: “este trabajo pretende mostrar los matices y alcances de la alteridad femenina vallejiana. Es decir cómo el tema de la mujer, presente desde un inicio en la poesía de César Vallejo, nos permite hurgar – creemos que muy productivamente – en la poética e ideología de este complejo autor” (2010:11). Para Pedro Granados el poemario Los heraldos negros sería un libro que ilustra una crisis edípica (o una represión primera) donde la adquisición del lenguaje parte del subconsciente; este fenómeno es más patente en Trilce. Esta crisis edípica representa pasar desde el orden imaginario al Orden simbólico. Los términos del análisis pertenecen a Jacques Lacan (1901-1981), quien redefinió muchos conceptos freudianos bajo las luces del estructuralismo sociológico de Levi-Straus, y el estructuralismo lingüístico de Saussure. La crisis edípica se origina porque el padre rompe la unidad madre – hijo, al prohibir al niño el acceso al cuerpo de la madre. Esta represión primaria, para Lacan, inaugura y desarrolla el subconsciente. Desglosemos algunos hechos de la vida de César Vallejo. Los biógrafos han determinado el amor inmenso de doña María de los Santos Mendoza Gurrionero para su “shulca” Cesitar. Y todos concuerdan que ella fue la primera en advertir la genialidad del futuro gran poeta. Sin duda, César tuvo una relación edípica con su madre – como todos los niños, según Freíd. Pero esta situación se interrumpe con el desarraigo temprano de César, quien a los 14 años es enviado a estudiar la secundaria en Huamachuco en el Colegio San Nicolás, y al término de estos estudios, 1909; César va a vivir fuera de la casa paterna, en Huánuco, Lima y Trujillo. La sublimación del complejo de Edipo se logra cuando se deja de ser niño y uno se vuelve adulto, las expresiones que demuestran esta nueva situación se dan sin conflictos y como un proceso normal; pero, en algunos esta crisis edipica continúa hasta ser expuesta a los demás, y en el caso de los escritores a través de sus textos. Para mi entender, César Vallejo resuelve su crisis edípica con el cuento “Cera” y con la obra de teatro “Moscú contra Moscú” Pedro Granados acierta, con agudeza y rigor, cuando clasifica a las menciones femeninas, en los poemas de Los heraldos negros, en el bloque de la “mujer fatal” (versión francesa) que, por cierto, es un residuo de la influencia modernista y de Rubén Darío; y el otro bloque de la “mujer ideal”, que es más cercana al sentimiento del yo poético de César Vallejo. Dentro de este bloque, en mi libro Ojos de venado señalé dos casos paradigmáticos de amor romántico. Veamos. En 1916, César Vallejo sostuvo – en la ciudad de Trujillo, Perú – un amor tierno con María Rosa Sandoval. A la taciturna María Rosa – huérfana de padre y de madre – porque escribía un “Diario”, oculto espejo confidente de sus ansias y ensueños, se le puso el nombre de la noble rusa María Bashkirtseff, autora de un “Diario” famoso que abarcó toda su corta vida. Vallejo leía sus poemas, ella, tocaba, al piano, los valses tristes de Chopin. Pero, un infausto día, su fino pañuelo de batista se tiño de sangre en un acceso de tos. Y el diagnóstico del médico fue terrible: estaba tuberculosa. Alejada de Vallejo por propia voluntad (su enfermedad la sufrió sola sin el sacrificio del amado), y buscando un restablecimiento que no llegó nunca, fallece, por la tuberculosis incurable (en esa época), en un Caserío de Otuzco, en 1918, a los 24 años de edad. Vallejo prefigura este final y lo acerca al cual recuerdo del futuro en el poema “Verano”; escuchemos los dos versos finales: “Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho”. Veamos el otro amor romántico. En la casa de Lola Benítez, donde se reunían los poetas y escritores de Trujillo, conoce César Vallejo a Zoila Rosa Cuadra; una bella adolescente de quince años. A Zoila Rosa se le puso el hermoso sobrenombre de Mirto. Surge el romance entre el poeta y la bella. César sufrió mucho, ya que Mirto no correspondía con igual intensidad a su cariño, y muchas veces por ingenua coquetería (quizá propia de sus cortos años) llenábale el corazón de desdenes y desamor. Vallejo triste, y quizá al borde de la soledad del llanto, con otro amigo bohemio pensó evadirse, aunque sea por breves momentos de su realidad amorosa que le era aleve, e ingresar a un paraíso artificial. Para lo cual aspiró éter varias veces, y sintiendo ya los efectos de la droga, tomó un revolver que poseía una bala y rastrillo el gatillo sobre su sien. Esta experiencia tan cercana a un desenlace fatal, en mi opinión, puso fin a la adolescencia de César Vallejo, donde el amor y la muerte eran muchas veces sólo juegos de azar. El soneto “Unidad”, que pertenece a la sección “Truenos” de Los heraldos negros conservó cual magma esta insólita situación vital. Pedro Granados propone una búsqueda de la alteridad femenina, de Vallejo, en sus versos. Estimo que los resultados son especulativos, ya que la creación es sinceridad de un yo poético o la expresión de otro yo, tan sincero como el primero. Estimo interesante consultar la obra, de Otto Weininger (1880-1903), titulada Sexo y carácter, para comprender cuán inasibles son las verdades sobre el sexo en relación a una complementación del otro ser. Un tema propio de la psiquiatría literaria. El ensayo “El diálogo Borges – Vallejo: un silencio elocuente” es novedoso como tema y propuesta metodológica. Un ensayo rico en hallazgos textuales, opiniones críticas acertadas, y conclusiones ponderadas. El diálogo, a la distancia y sin propósito, se inicia cuando Vallejo, escribe en un artículo: “No pido a los poetas de América que canten El fervor de Buenos Aires, como Borges ni los destinos cosmpolitas, como otros muchachos. No les pido esto ni aquello”, este texto apareció en el Repertorio Americano, el 15 de agosto de 1927, en Costa Rica. Sabemos que Vallejo es muy original en sus temas, procedimientos estructurales, y empleo del lenguaje en sus poemas. Y, por lo mismo es muy exigente con los demás poetas. Ampliando esta posición, escuchemos su palabra: “Hoy, como ayer, los escritores de América practican una literatura prestada, que les va trágicamente mal. La estética – si así puede llamarse esa grotesca pesadilla simiesca de los escritores de América – carece allá, hoy tal vez más que nunca, de fisonomía propia. Un verso de Neruda, de Borges, de Maples Arce, no se diferencia en nada de uno de Tzará, de Ribemont o de Reverdy. En Chocano, por lo menos, hubo el barato americanismo de los temas y nombres. En los de ahora, ni eso”. La cita la he tomado de su artículo: “Contra el secreto profesional”, publicado en la revista Variedades, Lima, 7 de mayo de 1927. Me pregunto: ¿Qué es lo que plantea Vallejo para los escritores de nuestra América? Romper los lazos estéticos impuestos o difundidos por la Europa intelectual. Debemos mirar nuestra realidad social e interior y expresarla con sinceridad, originalidad y belleza propia. Para Vallejo no hay “recetas literarias” o “secretos profesionales”; y, así, como en cierta manera, los surrealistas creaban sus textos poéticos salidos del subconsciente o del azar, vale decir con una metodología prefijada, merecían la censura de César Vallejo. Recordemos su “Autopsia del surrealismo”, texto que desnuda a los surrealistas en ese momento. Hay verdad en lo que sostiene Vallejo, pero la historia colocó a muchos surrealistas en sitios de combate social contra los nazis, y ellos merecen ser admirados por las nuevas generaciones, Paul Eluard, Louis Aragon, Jacques Prevert y otros más, fueron “magias”, combatientes de la resistencia francesa contra las hondas hitlerianas. Vallejo sabe y analiza con rigor el tiempo en que le tocó vivir, y no se equivoca en sus juicios en el momento que los escribe, pero debemos advertir que la vida personal es un proceso finito en la vida social infinita. Seamos correctos con César Vallejo, ya aceptemos sus juicios estéticos y literarios dentro de su propia época: el período de entreguerras mundiales. Pedro Granados, en su ensayo dice que la contestación tácita (o sin propósito de respuesta) fue el soneto “El Perú” de Jorge Luis Borges. Sin duda, más son las diferencias entre Borges y Vallejo, que sus semejanzas. Vallejo está inmerso en la literatura comprometida, y Borges en una literatura sin compromisos. Es interesante señalar que los dos escritores comparados, en su origen o infancia son des-semejantes. Borges ha seguido estudios secundarios en un Colegio de Suiza, que para muchos son los mejores colegios del mundo, y, sin duda los más caros del mundo. Vallejo ha estudiado su secundaria en el Colegio Nacional “San Nicolás” de Huamachuco. Borges es porteño, ciudadano de una de las capitales más importantes de nuestra América, la ciudad de Buenos Aires, con una tradición literaria propia, que Borges va a estudiar y glorificar, me refiero a las poesías urbanas y populares de Evaristo Carriego. Vallejo ha sufrido incomprensiones y ataques a su obra literaria. Borges, por su cultura, fue rápidamente incorporado al movimiento ultraísta español. Vallejo ha sufrido prisión injusta; Borges fue destituido de su cargo de Bibliotecario y colocado como Inspector de Aves, en la dictadura de Perón. Borges era casi un aristócrata, Vallejo concuerda con el marxismo y es republicano militante. Los dos son grandes escritores y merecen el respeto de todos. Borges es un fraseólogo; Vallejo discurre con raciocinio, y escribe poesía con todo su ser. Es interesante recordar una frase de Borges, que dice: “Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe”. Esta frase tiene su correlato real: el año pasado el Ministerio de Cultura ha decretado que el día 24 de agosto se celebre el “Día del lector” en toda la República Argentina, como un homenaje anual al día del nacimiento de Jorge Luis Borges. Considero que el libro de Pedro Granados, Vallejo sin fronteras, enriquece la ya cuantiosa bibliografía vallejiana, planteando temas inéditos para comprender mejor algunos aspectos de su vida y obra poética. Pedro Granados es un vallejista de reconocido prestigio, su libro, reitero, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, es ya un clásico entre la crítica vallejiana. Felicito a Pedro Granados por su nuevo libro, que demuestra que su pasión vallejiana continúa ardiendo e iluminando los versos de César Vallejo. Debía al Dr. Manuel Velásquez Rojas, tal como lo mencioné y reconocí en la presentación de Vallejo sin fronteras en el ICPNA (27/ 9/ 10), expresarle públicamente mi gratitud más entrañable por su complicidad, vía una hermosa reseña a mi primer poemario (Sin motivo aparente, 1978), en el inicio mismo de mi recorrido literario. Fueron mi hermano Germán, luego Matín Adán y, por último, Manuel Velásquez los que están al rededor --y de algún modo siguen estando presentes-- de aquellos zozobrantes y hechizados inicios.