Entre las varias colaboraciones que resaltan la
efemérides o, al final del volumen, el sugestivo archivo de fotos del evento,
nos ha llamado la atención --por necesario-- el artículo de Mauro Mamani
Macedo, “Tour Eiffel-Kunturwachana: César Vallejo y Gamaliel Churata”. También, por qué no, el breve ensayo de
Camilo Fernández Cozman, “Los argumentos basados en el modelo y el antimodelo en
la poesía de César Vallejo”. Y, por
recordarnos lo buena escritora que pudo haber sido María Rosa Sandoval (o “Marie
Bashkirtseff”), “Vallejo y María Rosa o los rotos aros de unos muertos novios”,
de Teodoro Rivero-Ayllón (a modo de un capítulillo más de la novela de Eduardo González Viaña, Vallejo en los infiernos).
El ensayo de Mauro Mamani se propone
“explicar la polémica entre Vallejo y Gamaliel Churata sobre la especificidad
de nuestro vanguardismo”. Lo que
conlleva ventilar, según aquél profesor sanmarquino: la presencia del autor de Trilce en el Boletín Titikaka[1]; al Vallejo “juzgador” de nuestro vanguardismo
[2]; y, por último, la lectura que tiene Churata de la poesía del santiaguino
[3]. Respecto a [1], el primer texto de
Vallejo allí --su segunda colaboración, un par de poemas de Trilce con una factura un tanto más
vanguardista que en la edición de 1922-- es su encomiable comentario al
poemario, Ande (1926), de Alejandro
Peralta (hermano de Arturo o “Gamaliel Churata”), en los siguientes términos: “Querido
y gran poeta […] Su libro me ha emocionado de la emoción de mi tierra […] Siga
U. por su vía. Puede estar seguro que
sus poemas quedarán”. Con el resultado
que, por esa misma vía, Alejandro
Peralta publica todavía El Kollao
(1934); y hace mal, según Mamani, en abandonarla en sus libros posteriores. César Vallejo, entonces, escribiendo desde
París y fungiendo de crítico: ¿ganado por el sentimiento y la nostalgia? Podría ser, aunque creemos que en su encomio esto
último actúa más como un gesto menor. Mucho más relevante, creemos, es la
perspectiva política o geopolítica que, en la época y ya en Europa, para
Vallejo implica reconocer un poemario
como Ande; aunque no es
posible que éste ignorara que el poemario de Alejandro Peralta es casi una imitación
de su poemario de 1922. Y, en este
sentido, la apreciación de Gamaliel Churata sobre la poesía de Vallejo [3] no
deja de constituirse en interesada e incluso cínica al no hacer explícito el
carácter estrictamente epigonal del libro de su hermano: “César Vallejo y
Alejandro Peralta son los poetas decisivos del Perú. Ninguno de ellos puede ser imitado con
talento; al contrario, fueron víctimas de un incesante saqueo”. Es más, el mismo Arturo Peralta publicó
también poesía y, en este sentido, tal como lo puntualizamos en otro lugar:
El poeta, entre los
Churata, es el autor de Ande (Alejandro),
no Gamaliel (Arturo). Es
decir, el poeta en estricto, el versificador. Alejandro Peralta,
a su vez, influido directamente por Trilce; el franco vanguardista. Muy al contrario de su hermano
(Gamaliel), hechizado por Eguren y, otro tanto, por Apollinaire (el de “Zona”:
“sol/ cuello cortado”); sin desprenderse del todo del modernismo y
cierto simbolismo. Es
como si el “Interludio Bruníldico” (1931), del autor de El pez de oro (Arturo) se continuara en la poesía de
su hermano. Virtual tema de estudio este
diálogo y complicidad literaria entre ambos hermanos. Acaso Gamaliel discutiera
con César Vallejo; pero no Alejandro. […] Muy probablemente (otro sub-tema a
cotejar) Arturo Peralta en su poesía jamás dejó de ser Juan Cajal: seudónimo
hispánico que aquél usara para acompañar sus poemas de influencia modernista.”
Respecto a [2], aquella polémica en
la cual Vallejo negaba originalidad al movimiento vanguardista mientras Churata,
por su parte, asumía su defensa (1927); según Mauro Mamani: “en nuestro
vanguardismo no hay calco ni copia sino admiración, respeto y apertura a lo
externo, algo que nuestro Vallejo articulista no quería reconocer, pero que sí
reconocía el poeta Vallejo, tal como lo hizo con el poemario Ande de Alejandro Peralta”. ¿Es esto posible? Vallejo en tanto lector o crítico es siempre “articulista”;
es decir, en cuanto tal su discurso es una narrativa de estrategia estética,
cultural y política. En pocas palabras, y
como sabemos, Vallejo no creía en indigenismos, sino en deseables obras
indígenas; como tampoco estaría de acuerdo en diferenciar entre vanguardismo
europeo y “vanguardismo del Titikaka”; ni, mucho menos, en aquella idea del
autor de El pez de oro de “fusionar
lenguas” (quechua, aymara, español) como forma de encontrar una expresión americana. Vallejo se halla en esto último a
contracorriente, y en observar esto sí --¿de modo acaso inadvertido?-- acierta
de pleno Gamaliel Churata: “parece que [Vallejo] siente que el andinismo de la
poesía americana no debe ni valerse del topónimo de la montaña ni del fulgor
áureo del Intipchuri, y menos de la zoótica aborigen para la vitalización de la
metáfora. Debe ser su indianismo
interno. Esto es, más adivinar el
pensamiento del poeta que definirlo”.
En suma, y tal como también ya lo dijimos:
“Una paradoja, que está por
desarrollarse y acaso pasar a enriquecer y problematizar la literatura
peruana, es cómo un peruano de segunda generación --que por sus abuelos
españoles es Vallejo-- influencia de modo directo (particularmente con Trilce) la poesía de
Alejandro Peralta (Ande, 1926) y […] también la
compleja obra dramático-retablista de su hermano Arturo o “Gamaliel Churata”
presente en El pez de oro [1927]
(1957); y, en consecuencia, movimientos autoctonistas como el que representó y
animó el Grupo Orkopata en Puno (1926-1930) y que dirigieron ambos hermanos.
Por otro lado, en tanto al ensayo del profesor
Camilo Fernández Cozman, pensamos que toda poesía es argumentativa, incluso la
pretendidamente autista y preciosista o de “hedonismo verbal” (Roberto Paoli)
del Modernismo, pero no necesariamente bajo la dictadura del verbo o del predicado;
al menos que lo de argumentativo lo debamos entender como poema “comprometido”
o de tesis. Vale, también se argumenta
en Trilce, pero más allá de las
proposiciones entresacadas de ciertas lecturas tópicas y claudicantes del mismo
--tipo las de André Coyné sobre la defecación en Trilce I-- que no acierta a
confrontar ni menos a matizar productivamente Fernández Cozman. Justamente, y ahora mismo, se trata de hacer
hablar al poemario de 1922 en lo que éste plantea de debate estético,
ideológico y cultural--por ejemplo-- en la Lima de la época. El asunto es cómo hacerlo hablar o desglosar en
sus argumentos sin violentar o naturalizar su forma.
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