Trilce
es oral y letrado, metafórico e icónico, cristiano y pagano, histórico-cotidiano
y mítico, de empaque imprevisible o aleatorio y cierto o correcto, todo de modo
simultáneo. Confluencias “técnicas” en
relación y proporción, precisamente, a su densa opacidad cultural. Si Trilce
nos plantea una constante inversión y reconversión en nuestros modos de leer
--con todos y cada uno de los cinco sentidos-- no es por evasiva sinestesia
modernista ni por complicidad con el embotamiento informativo de nuestros días
en semejantes, ambos, cambios de siglo. Trilce, simplemente, nos permite acceder
y experimentar un cronotopo: el de nuestras vidas junto con las de los demás o
con lo demás --todo lo que pueda ser esto último- en un productivo,
multiplicado e intenso estado de intersección.
Trilce remarca o auspicia una
cualidad de la convivencia individual y social: anfibia y en estado de
archipiélago. Efectivamente, y a
contracorriente, el mensaje no es el medio (McLuhan) o “es una banalidad decir que vivimos [y escribimos] en el
mundo de la imagen” (Morales Saravia); hoy, más bién, en pertinente y
sugestiva metáfora de Amálio Pinheiro: “o meio é a mestiçagem”. Pareciera que se han quedado cortas, pues,
las lecturas desde el gabinete. Hoy por
hoy no se interpreta ni se fabrica ya más un objeto de estudio. Más que nunca, las lecturas requieren sobre
todo se les acompañe; como una aventura no sólo intelectual, sino también del
cuerpo y del deseo. Trilce convida, sea la latitud en la que moremos, a este
performance de “sensibilidad indígena”. Devora las palabras, nomás; engulle las cortapisas
de las lecturas ideológicas: coloniales o postcoloniales. Desnuda al hipócrita lector que habita en cada
uno de nosotros.
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