Bernardo Massoia, Absurdo pero en Lima. Universal pero Vallejo (Córdoba, Argentina: Alción Editora, 2012) 248 pp.
Este primer libro de Massoia, contraviniendo a lo que sugeriría el título de marras de esta reseña, es intelectualmente estimulante. Nos hace recordar nuestra propia tesis de doctorado para Boston University (Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo);
al menos por el empaque académico… estar ante un jurado y deber
demostrar que hemos leído casi todo al respecto, aparte de --acaso en
los más comprometidos con su objeto de estudio-- cierta voluntad de
estilo algo torpe o incluso injusta con la
comunidad de lectores que nos antecede; cierta impericia, del todo
justificada dado un primer trabajo de envergadura, en matar al padre.
Massoia
sospecha y tilda de alienantes para acercarse a Vallejo tanto al
postestructuralismo, al psicoanálisis, existencialismo e incluso al dato
antropológico e histórico tomado a rajatabla. Incluso pareciera no tener el deber de persuadirnos,
al pie de la letra, de su propio objeto de estudio: la crisis histórica
del sujeto y de la institucionalización de la individualidad burguesa
en la poesía de Vallejo (185). Y más bien recomienza, lleva ya varios siglos y vinculada al imperio español, el ejercicio de la filología y la estilística. Cosa que, sin embargo, no necesariamente está mal; sobre todo si recordamos al Edward Said de The
return to Philology (2004) y su glosa latinoamericana, por ejemplo en
los “estudios trasatlánticos” de un crítico como Julio Ortega:
“los trasatlánticos reivindican la textualidad literaria. No poner de lado, hecho en que usualmente incurren los estudios culturales y post-coloniales, los textos mismos; y junto con ello la filología. Aunque, advierte el renombrado crítico peruano, habría que liberar previamente a esta última --para que sea realmente internacional-- del estigma que como discurso de legitimación del Estado-nación ha tenido tradicionalmente” (“Estudios trasatlánticos o nueva “geotextualidad”, Blog de pedro granados, 30/05/11)
Es decir, el joven crítico argentino cree todavía, un tanto también como nosotros mismos aunque no somos ya jóvenes, en el arte de la lectura demorada o la relectura.
De
esta manera el libro de Massoia tiene varios pasajes notables; menos en
sus 131 primeras páginas: la evaluación del estado de la cuestión de
los estudios vallejianos, a brocha gorda e inevitablemente reiterativo y
esquemático, ante una especificidad tan ardua y compleja como es la
poesía del autor de Los heraldos negros, así como también a causa del empaque académico al que nos referíamos más arriba. Y más, cuando agarra al toro por las astas y comienza a analizar. Aquí
el talento e inteligencia, aparte de la honradez intelectual de Massoia
(aquél que no se casa con nadie y continúa libre o a su aire en la
tarea crítica), son útiles para hacer avanzar los estudios vallejianos y la poesía latinoamericana en general. Por
ejemplo, aquel apunte que liga la poesía de nuestro autor con la
plástica de José Sabogal: “En 1922 Sabogal retorna de México
'galvanizado en su planteamiento autoctonista', aquel que habrá de
caracterizar su distinguida obra; el mismo año Vallejo publica Trilce,
plasmación bastante precoz de los latidos de una nueva cultura peruana,
al mismo tiempo vernácula, moderna y antimoderna” (139). Aquella
explicación del verso 5 de Trilce XXV (“caravela/ carabela”)… “una de
las heterografías más originales de la poesía moderna” (175), que
complementa y va más allá de la lectura de Eduardo Neale-Silva. O,
incluso, y entre otros memorables ejemplos, aquello tan lúcido,
oportuno y aclarativo --y ahora mismo tan reiterado vía el liderazgo de
Stephen Hart-- que se observa a propósito de los famosos “dobles” de los
Poemas póstumos:
“resulta
bastante diversa esta operación de objetivación del propio ser, de
aquella, muy frecuentemente postulada por la crítica, en que el sujeto
que enuncia padece la presencia de un 'doble' cuya subjetividad se
hallaría asimilada también a él, o en competencia directa con la suya. Tampoco
puede afirmarse, desde nuestra perspectiva, que el problema del 'otro'
sea siempre el problema del doble, y que constituya, por tal motivo, el
simple traslado de las invenciones de Poe en el plano de la narrativa a
la poética de los Poemas póstumos” (189).
Aunque
acaso lo más interesante para nosotros, respecto a lo que no
desarrollamos más ampliamente en nuestra tesis de 2003 para Boston
University*, y que tampoco termina por desarrollar aunque sí atisbar en
la suya el propio Massoia, es la relación que establece el crítico
argentino --a propósito del poema “Acaba de pasar en que vendrá”-- entre
lo que denomina “Dios y hombre” y, tomando nosotros más en cuenta el
aspecto cultural (una de las carencias de Absurdo pero en Lima. Universal pero Vallejo;
junto con la no inclusión del humor, del gozo y del erotismo entre las
coordenadas oximorónicas que evalúa), denominaríamos Sol-Inkarrí y
hombre:
“Esta
relación de términos –particularmente la de Dios y Hombre-- nos remite a
cierta jerarquía que, a nuestro juicio, edifica el paradigma [de aquel
poema y, a la larga, del yo poético vallejiano]. Dios es un dios colectivo, formal y extático. Trasciende
las meras sustancias de su persona biológica --en la figura de
Cristo--, atraviesa la circunstancia animal de su nacimiento, ocupa, a
un tiempo, diversos lugares de la conciencia de un enunciador poético
como el que construye Vallejo” (206); “[Respecto a “Los desgraciados”,
otro poema póstumo,] No se registra aquí un intento de constitución
ortopédica del yo, o algo similar, sino más bien la evidencia de que el
sujeto asume el desmembramiento como su condición permanente […] Ahora
bien. Dicha asunción no ignora la progresividad del desligamiento entre
los diversos sujetos sociales… el propio cuerpo, semánticamente con el
cuerpo social de los sujetos que trabajan y sufren, todavía inconexos
entre sí para lograr articularse en una instancia de transformación
social e histórica” (219).
En otras palabras, los fragmentos de la poesía vallejiana no son nihilistas, como los que constituyen y reflejan la vanguardia europea sino --cada uno de ellos y en las diversas etapas de su poesía, aunque en Trilce de manera más palpable por cierto-- partes del Inca en pleno proceso de restitución. De
este modo, incluyente y atravesando toda la poesía del peruano
--explícito y escolar todavía en “Nostalgias imperiales”, mucho más
complejo y opaco en 1922, y nuevamente acaso más didáctico en España, aparta de mí este cáliz-- es como se manifiesta, activo y en plena presencia, el mito de Inkarri (el Sol que se restituye) en toda esta poesía. Ergo,
también, de esta manera se entiende el oxímoron fundamental y
predominante en todas las etapas de la poesía de César Vallejo; aquella
radical postura de no conducir al lector hacia callejones cerrados o
unívocos de sentido, y sí deslizar inmediatamente lo opuesto, el
contrasentido, e incluso sutilmente lo reparador (el humor de Vallejo,
no por leve menos ubicuo, forma parte de esto). Finalmente,
fragmentos aquéllos (seres humanos, objetos, paisajes, pensamientos,
datos históricos, sentimientos, etc.) que son a la larga --los
vinculados a Santiago de Chuco, Francia o la Unión Soviética-- partes de un solo cuerpo. De
aquí la densa materialización --llamémosle corporalización-- de la
experiencia en la poesía vallejiana tanto como, rasgo de ninguna manera
secundario, la efectiva, eficaz y honda expresión de una fe.
*Tesis a la que sigue, Vallejo sin fronteras (2010), colección de ensayos de crítica literaria y cultural; y un libro aún inédito, “Trilce: húmeros para bailar”, donde se ventila el tema y los motivos de Inkarrí a lo largo de todo este último poemario.
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