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"Trickster (malandro)
Mircea Eliade mostra que o Malandro, por sua
característica de burlar os limites, é frequentemente andrógino (masculino e
feminino ao mesmo tempo - o que não se equivale a homossexualismo), como o
Shiva indiano
Para Jung, tal simbolismo se refere à harmonização
psíquica de Animus e Anima (imagens internas da Psiquê para masculino e
feminino), dinâmica importante no processo de individuação.
A dualidade também se apresenta como uma espécie e
"ambiguidade" que lhe é característica.
Na cultura de massa de origem norte-americana, são
expressões do trickster: o Pernalonga, o Pica Pau e O Máscara"
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El
zorro forma parte importante del paisaje cultural andino y, como personaje
legendario con múltiples roles, es una imagen que recorre el mundo maravilloso
de novelas, cuentos y cantos en quechua y en español. Sus correrías y
simulaciones enriquecen la complejidad de sus intervenciones como agente
cultural, intermediario activo y “rizoma” andino, mientras traspasa barreras,
entabla negociaciones, establece alianzas, dialoga, traduce, lleva y trae
mensajes desde distintos espacios y emisores entre la tierra y el cielo.
Siempre escurridizo, libre e independiente, sin representar a ningún bando
político ni “agencia cultural”, logra promover intercambios en aras de una vida
social más democrática.
Julio E. Noriega Bernuy, El zorro andino y sus simulaciones
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“Salvo
los discursos que se pronuncian en su entierro, el retrato que le esculpe José
Drecrefft, las pocas fotografías en las que aparece, y los testimonios de
quienes fueron sus amigos, no hay memoria de quien es ahora uno de los poetas
latinoamericanos más importantes. El
dibujo que hace Picasso de Vallejo es un tributo póstumo. Sólo se puede conjeturar sobre la imagen que
tienen los demás de él. El poeta del que
han leído poco o nada. El cronista que
los entrevista o los explica a veces con poco o demasiado aprecio. El peruano que tiene cachuelos por
empleo. El que sueña con la revista
propia. El becario del gobierno español
que no asiste a clases y hace agitados viajes a España. El propagandista del indigenismo o del
gobierno peruano. El materialista que
aún en 1929 le pide a su hermano que le mande a decir misa al santo de su pueblo
porque le ha pedido que le “saque de un asunto”. El periodista que fue a Rusia como free-lance. El activista que deporta el gobierno
francés. El escritor ignorado por la Revista de Occidente y La Gaceta Literaria. El dramaturgo que Camila Quiroga y Louis
Jouvet rechazan. El marido de la “hija
de concierge” como la llama Neruda a Georgette Phillipart. El “criollo” que maquina fraudes con los que
engaña a dos gobiernos. El métèque que
no paga el alquiler. El “cholo” que vive
en París y cuyo regreso al Perú nadie toma en serio. La encarnación del pathos. El “zorrillo” de Montparnasse. ¿Cuál sería la palabra usada por
latinoamericanos para referirse a quienes como él tenían como acreedores a sus
amigos? ¿Cuál retrato hubieran preferido
o preferían quienes lo conocieron: el de la escultura de Joseph Decrefft o el
de las caricaturas de Toño Salazar?” (Guido Podestá, Desde Lutecia. Anacronismo y modernidad en los escritos
teatrales de César Vallejo.
Berkeley, CA: Latinoamericana Editores. 1994. pp. 20-21)
“VASINFIN, en homenaje a Henrique Urbano (1938-2014)”
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José Rosas Ribeyro, en “Vallejo y el viudo de la viuda (Respuesta a César Ángeles)”
El viudo de la viuda defiende, pues, a capa y
espada el mito construido por la viuda del poeta. En verdad, más parece
interesarle doña Georgette que el propio Vallejo. Y para defender a la viuda no
vacila en hacerse el distraído ante algunos aspectos que señalo en “Un Vallejo propio y mío”, aspectos que intencionalmente “olvida” en su respuesta.
Aquí le reitero algunos que creo que merecen respuestas serias de parte de un
académico como usted:
¿Cree usted realmente que Vallejo tenía una
aureola de santidad escondida debajo del sombrero, como lo pretende la señora
Philippart en sus “Apuntes biográficos” sobre el poeta? He aquí la frase en
cuestión: “Vallejo quitándose el sombrero me saluda y veo una gran
luminosidad blanco-azul alrededor de su cabeza”.
¿Cree usted realmente que distinguidos estudiosos
de la obra de Vallejo, como Luis Monguió, André Coyné y James Higgins,
brillantes académicos como usted, son “loros descerebrados”, como lo
afirma la señora Philippart?
¿Cree usted que el comunista Gonzalo More,
íntimo amigo de Vallejo, era un ser “totalmente amoral por no decir
inmoral” y también “un reaccionario”, como dice la señora
Philippart?
¿Cree usted que Juan Larrea, otro íntimo
amigo de Vallejo, estudioso de su obra y fundador de Aula Vallejo
(revista que apareció en Córdoba, Argentina entre 1961 y 1974), era “un
impostor” y “un oportunista”, como sostiene la señora Philippart?
¿Cree usted realmente que tiene algo que ver
con el debate sobre la vida y la personalidad de Vallejo el hecho de que, en
los años sesenta, tres décadas después de la muerte del poeta, la señora
Phillipart haya apoyado con dinero la aventura guerrillera peruana, como usted
lo señala en “César y Georgette Vallejo entre las dos orillas y al pie del
orbe”?
Quedan muchas interrogantes sin respuestas de
su parte, señor Ángeles. Muchas interrogantes ante las cuales usted “se hace el
loco”, como se dice en el lenguaje popular. Éstas cinco que menciono no son
sino ejemplos embarazosos para usted.
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Según
Elena Garro:
A mí no
me interesaban los oradores, me fascinaba el rostro grave de Vallejo, como si
estuviera devorado por un terrible sufrimiento, y no pude quitarle la vista de
encima. Él se dio cuenta de cómo lo miraba y me echó un brazo al cuello, sin
dejar de escuchar a los oradores. A su contacto me invadió una corriente de
bondad que nunca más he vuelto a sentir. Aquel hombre era un hombre aparte, era
un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de la bondad. Todavía
veo su suéter de lana cruda y sus ojos trágicos. César Vallejo nunca se quejó.
Tal vez sabía que el hombre moderno tiene el corazón de piedra y que era inútil
pedir socorro. (…) Yo sentía que Vallejo era desdichado, pero no sabía la causa
a pesar de su mirada febril y terriblemente profunda. Vallejo se sabía el
elegido de la desdicha. Los mayores conocían el fondo del drama de Vallejo,
pero preferían el mutismo y hacerle el vacío. (…) Nosotros sabíamos que Neruda
no lo quería, pero no imaginábamos que su poder fuera tan grande como para
hundir a César Vallejo en aquella desgracia. Poco tiempo después supe que
Vallejo había muerto de hambre en París.