Leer este compendio de la obra de un gran crítico [Julio Ortega. César Vallejo. La escritura del devenir. Madrid: Taurus, 2014],
muy en particular en lo que atañe a la poesía de Vallejo --una obra
radicalmente viva y abierta-- es una magnífica oportunidad para que
salga beneficiado, ante todo, el lector curioso y, mejor todavía, aquél
diligente en entrar en la veta en la que un crítico sagaz y experto va a
emplearse a fondo. Ya que la
lectura aquí no es una auto-persuasión en plan de ponerse a prueba, con
su tesitura autoritaria concomitante, sino ante todo un evento de
lucidez o lectura procesal capaz de permeabilidad dialogante, cotejo
radial --para nada angustioso-- de los diversos asuntos o testimonios, y un siempre oportuno sentido del humor. A
tono con la propia poesía de César Vallejo donde: “el lenguaje no es ya
una red para captar la realidad, ni siquiera su mapa a escala, sino que
es un instrumento para decir otra cosa, para un decir otro” (40). La
crítica de Ortega no reproduce ventrílocuos, como las de sus
contemporáneos Antonio Cornejo Polar o Ángel Rama, porque es de ida y
vuelta; es decir, es refractaria al que la ejerce: reservas,
reticencias, tanteos van de la mano con las certezas siempre bien
urdidas y documentadas. La
metodología de su crítica consiste, pareciera, en una productiva
disposición sobre el tablero; lectura proyectiva, diríase más atenta a
la sintaxis que a las palabras, a los paradigmas que a las frases
definitivas. Aunque, a simple
vista, su constante experimentación con el lenguaje (batir el cobre en
procura de destellos en lugar de epítetos) parecería contradecir lo que
vamos exponiendo.
De este modo no son pocas, sino más bien muchas, las pistas vallejianas que se ventilan en este libro. Entre
éstas, enfatizar el carácter culturalmente híbrido de la obra
vallejiana; con la siguiente salvedad: “Es muy difícil, y quizá vano,
hacer un recuento de lo indígena y lo hispánico en Vallejo, porque
evidentemente están entrecruzados, irresueltos, y seguramente coexisten
sin la ilusión de una síntesis” (41). También,
y vinculado acaso un tanto a esta hibridez, el tema no menos
problemático de la recepción de su obra: “Siempre me llamó la atención,
por lo demás, la pregunta que un editor se hizo ante un tecnicismo usado
por el poeta: “¿De dónde se lo habrá sacado Vallejo?”. Esta
condescendencia esconde la desconfianza en el intelecto, en el espíritu
crítico y en la cultura literaria del poeta peruano. Pocos críticos se han librado de esta actitud. No es más satisfactoria la impresión de un poeta casual, grande casi a pesar suyo, excedido por las fuerzas (mitopoéticas, existenciales, sociales) que lo eligen para hablar” (170).
Por
otro lado, respecto a “España, aparta de mí este cáliz”, es muy
interesante aquello que Julio Ortega señala sobre la amistad
Vallejo-Bergamín: “Es notable que los ensayos de Bergamín [con su
peculiar agudeza] sean una suerte de versión paralela en prosa del
primer poema de Vallejo [“Himno a los voluntarios de la República”]. Las coincidencias entre ambos amigos requieren ser exploradas. Creo que son incluso mucho más íntimas y creativas que la relación poética o intelectual de Vallejo con Larrea” (195). También,
sobre aquel mismo libro póstumo, llamamos la atención sobre este otro
sutil comentario orteguiano: “viene a dar cuenta del lenguaje poético
con que ha combatido, desde su primer libro, contra la lengua española y
su larga tradición autoritaria y, en el Perú, clasista […] como si la
guerra, irónicamente, posibilitara que, por fin, el poeta ocupase por
dentro el español para hacerlo hablar otro idioma. Ese
idioma es material y revolucionario, radical y mesiánico, pero es
también evangélico y de estirpe cristiana popular, cuya impronta
histórica es latinoamericana”. “Archivo
cristiano” del poeta --aunque cabe investigarse más-- cercano del
“personalismo” de un Emmanuel Mounier que por los años 30 dirigía Esprit,
revista que agrupaba a “la intelectualidad católica francesa de
izquierda” la cual, a diferencia de la mayoría de la prensa
internacional temerosa de lo que su victoria significaría, fue solidaria
con la República (208). También sobre el pensamiento político de Vallejo en general, resulta muy sugestivo se ventile en este libro su posible afinidad con la práctica revolucionaria de un Víctor Serge. En
el sentido por el cual, según Ortega: “no se trata de una 'revolución
permanente', como dicen los trotskistas, sino de una revolución que no
pasa por las necesidades autoritarias, porque es tan radical que cambia
las costumbres, el lenguaje, la política e incluso las relaciones
humanas” (219-220).
En fin, son otras tantas las vetas que señala o abre César Vallejo. Escritura del devenir. Sin
embargo, quisiéramos concluir esta breve reseña con un retrato muy
sabroso, y no menos humano, de Georgette, la viuda del poeta: “Era una
mujer inteligentísima y encantadora, que cultivaba las opiniones
fuertes, y no recataba su poca estima con los usos limeños. Era, además, espiritista, y convocaba a Vallejo, que concurría a su llamado. Demudado, le pregunté por esa conversación. Ella le reprochaba: 'Vallejo, Vallejo, ¿por qué me has traído a este país? Yo quiero volver a París inmediatamente'. Y
Vallejo, poeta al fin, respondía 'No te podrás ir hasta que no
publiques mis obras completas'”; a lo que añade Ortega otro rasgo, y con
nuestro beneplácito: “André [Coyné] es el único que me ha concedido el
valor insólito de los poemas dispersos de Georgette” (260).
Julio Ortega (Perú, 1942). Después de estudiar Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y publicar su primer libro, La contemplación y la fiesta (1968),
dedicado al boom de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos
invitado por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona
de 1971 al 73, dedicado a la traducción y edición de textos. Volvió a
Estados Unidos como profesor de la Universidad de Texas, Austin, donde
en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Desde
1989 trabaja en la Universidad de Brown, donde ha sido director del
Departamento de Estudios Hispánicos y dirige el Proyecto Transatlántico.