Veamos
la poesía que comienza Padre polvo que subes de España. Nosotros sabemos -o al menos
así se dice- que esa poesía fue escrita un día de 1937 por un hombre llamado
César Vallejo, que había nacido en Perú en 1892 y está ahora sepultado en el cementerio
de Montparnasse en París, junto a su esposa Georgette, que lo sobrevivió muchos
años y que es la responsable, según parece, de la mala edición de esa poesía y
de otros escritos póstumos. Tratemos de precisar la relación que constituye
esta poesía como obra de César Vallejo (o a César Vallejo como autor de esa
poesía). ¿Deberemos entender esta relación en el sentido de que un día
determinado, ese sentimiento particular, ese pensamiento incomparable pasaron
por un instante por la mente y por el ánimo del individuo de nombre César
Vallejo? Nada es menos cierto. Es probable, incluso, que sólo después de haber
escrito -o mientras escribía- la poesía, ese pensamiento y ese sentimiento se
volvieron para él reales, precisos e imposibles de negar como propios en todos
sus detalles, en todos sus matices (así como se hicieron reales para nosotros
sólo en el momento en el cual leímos la poesía).
¿Significa
esto que el lugar del pensamiento y del sentimiento está en la poesía misma, en
los signos que componen el texto? ¿Pero de qué modo una pasión, un pensamiento
podrían estar contenidos en una hoja de papel?
Por definición, un sentimiento, un pensamiento exigen un sujeto que los piense
y experimente. Porque ellos se hacen presentes, ocurre entonces que alguien toma
en sus manos el libro, se arriesga en la lectura. Pero eso sólo puede
significar que este individuo ocupará en el poema exactamente el lugar vacío
que el autor había dejado allí, que él repetirá el mismo gesto inexpresivo a
través del cual el autor había testimoniado sobre su ausencia en la obra.