domingo, 14 de agosto de 2022

Poesía peruana y mediación conceptual

 



“Si alzando las manos,

formando una garra,

pudiera desgarrar

mi cielo más próximo…

Quizá esa sea la destreza

del hombre del futuro.

Comerse su propio cielo”       (Granados 1986)

La capacidad mediadora de la poesía peruana –en perspectiva conceptual o multinaturalista[1]— alcanza su plenitud con Trilce.  Logro que tiene sus antecedentes en el mito de Inkarrí, Dioses y hombres de Huarochiri  y la Nueva corónica y buen gobierno de Huamán Poma de Ayala.  Además, en su reacción a la poesía “mundonovista” del Modernismo (José Santos Chocano).  Así como, por otro lado, en cuanto aquel poemario de 1922 constituye una elaboración propia del costumbrismo limeño (Granados 2007) –tipo Ricardo Palma, Clemente Palma o José Diez Canseco–; lo mismo que del criollismo o ruralismo del grupo Colónida y Abraham Valdelomar (Granados 2017a).

Trilce que tiene en los 30′, a través de la poesía de Martín Adán, a su mejor glosador multinaturalista en clave barroco-coloquial.  Y ya en la generación del 50, dado el interés por la cultura precolombina entre la mayoría de sus miembros –sobre todo entre los motejados “puros” (Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, etc.) y no tanto así entre los “sociales” (Alejandro Romualdo, Washington Delgado, Pablo Guevara, etc.)– al poemario Estancias (1960) de Sologuren como un auténtico heredero de su poderosa mediación conceptual.  Obviamente, una vez catalizada la lectura de este último poemario con la antropología de Claude Lévi-Strauss, el budismo Zen (Daisetsu Teitaro Susuki) y, no menos, con lo que ha elaborado Eduardo Viveiros de Castro sobre el pensamiento amerindio.  Estancias, entonces, cual un concatenado repertorio de ideogramas o discretos diseños con los cuales entablar, desde el Perú, un diálogo intergaláctico.

Seleccionamos a Javier Sologuren, a quien dedicamos nuestra tesis de Bachiller en Humanidades por la PUCP (Granados 1987) y no, por el contrario, a Jorge Eduardo Eielson o a Blanca Varela –habiendo estos últimos incluso rescatado de modo explícito la herencia precolombina en sus poemas– porque en el primero de ellos prima el existencialismo tanto como, en la poesía de Varela, predomina el expresionismo. Ahora, no es que no sea posible, implicando a Lévi-Strauss o a Viveiros de Castro en nuestra tarea, levantar una topografía multinaturalista a partir de la lectura de aquellos poetas peruanos; sino que la fanopea de Javier Sologuren –acaso de modo paradójico en tanto poeta “puro” o en menor grado “ideologizado”–  mapea y sintetiza aquella mediación de manera simple y sorprendentemente elocuente (Rebaza 2000).

Por otro lado, y de manera secuencial, generación poética peruana de los años 60-70 que, a semejanza del subgrupo de los poetas “sociales” del 50′, estuvo intensamente interesada, acaso con la solitaria excepción de Luis Hernández Camarero, en la real politik y no en lo post-humano (otra manera de aludir al multinaturalismo).  Así como los poetas peruanos –del 90 y del 2000– escasamente se concibieron amerindios.  Y, más bien, estos últimos asumieron y ventilaron en sus obras diversos tipos de problemáticas globalizadas y urbanas como la de la identidad (género, etnicidad), ecología e incluso una construcción cultural filantrópica como la del multiculturalismo; además de ensayar un desmontaje semiótico generalizado: “giro lingüístico”, “giro visual”, etc.  Ante este panorama, es recién hasta la poesía de la denominada generación de los años 80 (ejemplos, Magdalena Chocano o este autor) y, también, la de dos poetas contemporáneos y al mismo tiempo marginales  de Hora Zero (años70) como José Watanabe y Vladimir Herrera, cuando la mediación conceptual vía el “giro ontológico”[2] o el multinaturalismo –y, no menos, la extraordinaria irradiación de Trilce— se ha tornado tan marcadamente relevante e influyente en toda nuestra región: “Vallejo en español selvagem y portunhol trasatlántico” (Granados 2017b). (P.G.)

[1] Según la cual: “se afirma la unidad (‘universalidad’) de un espíritu cósmico versus la diversidad (o ‘particularidad’) de los cuerpos naturales (Rizo-Patrón).

[2] “Las aproximaciones ontológicas críticas [ni “naturalismo” ni “constructivismo”] están unidas en su cuestionamiento de la capacidad de la ontología moderna de la sustancia cartesiana—la visión de que el mundo está dividido en dos tipos de sustancias, materia extendida y pensamiento—para explicar plenamente el mundo material.  Fundamentalmente, la metafísica alternativa consiste en ontologías relacionales.  Más que hechas de objetos discretos o piezas de materia, todas las cosas están constituidas por sus relaciones. […] Un nuevo lenguaje intenta imaginar la compleja topología de estas realidades relacionales, incluyendo la “red” de Latour (2005), la “malla” de Ingold (2007, 2012) y la “mezcla” o “enredo” de Barad” (Alberti 2017).  Y, no menos, el “multinaturalismo” (1996); aunque: “Es revelador que el objetivo de Viveiros de Castro –sistematizar el pensamiento amerindio en una metafísica tal que pueda tener un efecto recíproco sobre el pensamiento antropológico y la metafísica “naturalista” u occidental—rara vez es citado.  Como tal, mucha de la ontología social y la nueva arqueología animista omiten la postura crítica de la obra de Viveiros de Castro” [Aunque esto ya lo curé desde la obra de un poeta “amerindio” como Javier Sologuren, y sustenté en la PUCP ya en 1987]. (Alberti 2017)

Referencias

Alberti, Benjamin.  “Arqueología de la ontología”, en: Annual Review of  Anthropology, 2016, 45: 163-179.  Traducción Andrés Laguens, octubre 2017. [Web]

Granados, Pedro.  Trilce/Teatro: guión, personajes y público.  Brasil: ABH, 2017a.

———– “Vallejo en español selvagem y portunhol trasatlántico”.  Sibila,  2017b

———–| “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana”. Lexis, 2007.

———-  “Estancias, síntesis de imágenes aéreas en la poesía de Javier Sologuren (1942-1960)”   Tesis Bachiller, PUCP, Lima-Perú, 1987.

———– Vía expresa.  Lima: INC, 1986.

Rebaza, Luis.  La construcción de un artista peruano contemporáneo.  Lima: PUCP, 2000.

Rizo-Patrón, Rosemary “Multinaturalismo e interculturalidad en el horizonte del mundo             de la vida” [Web].


TEXTO RELACIONADO

http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/2016/08/30/aguas-moviles-de-la-poesia-peruana-de-los-formatos-a-las-sensibilidades/


viernes, 29 de julio de 2022

“Vallejo es nuestro hermafrodita universal”/ Entrevista por K. (Juan Carlos Ramiro Quiroga)

 

                            Juan Carlos Ramiro Quiroga (K.)

– El escritor y poeta peruano que visita la ciudad de La Paz vivió y trabajó en la ciudad de Santa Cruz a mediados de los años 90.

– En esa época colaboró en las páginas literarias de El Deber y en las memorables de Presencia Literaria cuando dirigía el poeta chaqueño Jesús Urzagasti.

1. Pedro Granados (53) está excepcionalmente en la ciudad de La Paz desde el pasado miércoles 6 de febrero. Es uno de los invitados especiales de la presentación de la revista boliviano-chilena “Mar con Soroche” que se realizará esta noche en la Fundación Arte y Culturas Bolivianas, Av. Ecuador Nº2582, entre Belisario Salinas y Pedro Salazar.

2. Entre las cosas que más recuerda de Bolivia, cuando trabajaba en 1994, es una charla terminal y crepuscular en Cochabamba con Luis H. Antezana, crítico y literato, con relación al par de sonetos “El ajedrez” que rubricara Jorge Luis Borges.

3. “Discutimos durante dos horas sobre el parecido de unos de los cuartetos de estos sonetos”, rememoró anoche Granados en breve charla con el ciudadano K. en el bar Bocaisapo de la Jaen.

4. Impelido por esas bellezas y por otras añoranzas de su paso por Santa Cruz de la Sierra, el K. le envío una entrevista que pasa a exhibir debajo.

5. Según el sitio Urbanotopía, Pedro Granados nació en Lima, Perú, 1955. Ph.D (Hispanic Language and Literatures) por Boston University. Ha publicado Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: Fondo editorial PUCP) y (México: Universidad Autónoma de Puebla, 2004).

6. Además, los siguientes poemarios: Sin motivo aparente (1978), Juego de manos (1984), Vía expresa (1986), El muro de las memorias (1989), El fuego que no es el sol (1993), El corazón y la escritura (1996), Lo penúltimo (1998) y Desde el más allá (2002) y Al filo del reglamento.

7. Asimismo dos novelas: Prepucio carmesí (New Jersey: Ediciones Nuevo Espacio, 2000) y Un chin de amor (Lima: San Marcos, 2005).

8. El escritor y poeta peruano cuenta además con un blog denominado Pedro Granados, dedicado exclusivamente a temas literarios, sin caer nunca en los espurios debates políticos.

“La obra narrativa de Homero Carvalho fue la que me impresionó más”

– ¿Hace qué tiempo vivías y trabajabas en Bolivia?
El año 1994 viví y trabajé en Santa Cruz de la Sierra; en seguida después de terminar mi maestría en Hispanic Studies por Brown University, y poco antes de vincularme a Boston University donde conseguí un PhD también en Hispanic Studies. En Santa Cruz de la Sierra enseñé literatura en el colegio San José. Estas anécdotas, junto con otras y de variado tipo, alimentan parte de mi primera novela breve, titulada Prepucio carmesí (New Jersey: Ediciones Nuevo Espacio, 2000).

– ¿Cómo lograste ingresar a El Deber y dedicarte a elaborar críticas literarias?
Jamás ingresé allí formalmente, nomás era un colaborador de la página cultural; lo mismo que en Presencia Literaria de La Paz, cuyo suplemento literario dirigía en esa época mi amigo Jesús Urzagasti.

– ¿Qué libro te impresionó más de los escritores cruceños?
La obra narrativa de Homero Carvalho fue la que me impresionó más.

– ¿Hay algún autor literario boliviano de tu preferencia?
La poesía de Jaime Saenz, sin lugar a dudas.

-¿Cómo resumirías tu vida actual literaria?
Quiero publicar este año un nuevo poemario, Mar retinto, seis años después de salir Desde el más allá (Lima: Corza frágil, 2002). Mi obra reunida hasta ahora, Al filo del reglamento (2006), la pueden encontrar también en la web. Por otro lado, espero salga pronto, editado por la Universidad de Puerto Rico, un estudio-antología que he denominado “La poesía dominicana: el secreto mejor guardado del caribe”. Asimismo, promuevo la aparición de nuevos escritores a través de mis clases en la Pontificia Universidad Católica del Perú; en particular a través de los talleres de creación literaria que ofrezco allí, tanto en la facultad de literatura como en los estudios generales letras de esa universidad. Por último, llevo un blog cada vez con más gusto, lo concibo como un curso que ofrezco de modo permanente y a distancia.

Mar con Soroche

– ¿Cuál es tu opinión sobre el último número de la revista boliviano-chilena “Mar con Soroche”?
La iniciativa de esta revista me interesó desde el inicio, desde la primera hasta esta quinta entrega. Las relaciones interculturales siempre me han interesado; no sólo, como ahora, en las correspondientes a nuestro ámbito andino (Chile, Bolivia, Perú), sino también -por ejemplo- entre las del mundo andino y el caribe… mi segunda novela breve, Un chin de amor (un poquito de amor), refleja este compromiso y militancia.

Vallejo en ceviche

-¿Qué es lo no conocido o no revelado de la poesía de César Vallejo?
Que es, en palabras de mi amigo Alan Smith Soto, nuestro hermafrodita universal. Claro, entre otros aspectos fundamentales que enriquecen y matizan la lectura típica y ya tópica de la poesía del peruano. Vallejo no es puro compromiso político y social; por supuesto, tampoco es un poeta desentendido de su tiempo. Justamente por no haber andado desatento a su época lo más interesante en él son sus heterodoxias -y no ortodoxias- a Marx, Darwin, Freud, Cristo y a la misma cultura andina.

-¿Es posible escoger entre la poesía de Carlos Oquendo de Amat y Emilio Adolfo Wetsphalen?
Vallejo integra a las dos; ambas, la “hechizada” de Oquendo de Amat y la “entrecortada, oscura y sobriamente reflexiva” de Westphalen son meros ingredientes de la poesía de Vallejo; esto sin desmerecer la estupenda obra de esos dos representantes de la generación del 30 en el Perú.

https://culpinak.blogspot.com/2008/02/csar-vallejo-es-un-hermafrodita.html

Juan Carlos Ramiro Quiroga (La Paz, Bolivia, 1962). Es autor de: “Ariana de pozo el: Eco de Kámara” (Paz- El Alto, 1992). “Historia del Angel/Eco de Kámara” (La Paz, 2003). “Hueso blanco: Reportajes a la mala lectura asediado por aforismos, sofismas, latiguillos, barbarismos y apostillas” (La Paz, 2007). “mi pequeña muerte con Dios” (La Paz, 2009). Y “Archivador Rápido. Poesía visual” (La Paz, 2019). Su poesía fue incluida en “Poetas jóvenes de La Paz” por Blanca Wiethüchter (Separata de la Revista Municipal “Khana” Nº 45, La Paz, 1996). “Antología de la poesía latinoamericana del Siglo XXI. El turno y la transición” (Siglo Veintiuno Editores, México, 1997), compilado por Julio Ortega. “Antología de la poesía boliviana. Ordenar la danza” (LOM, Santiago de Chile, 2004), selección y estudio de Mónica Velásquez Guzmán. “ZurDos. Última poesía latinoamericana: antología” (Bartleby Editores, Madrid, 2005), de Yanko González y Pedro Araya. “Poesía Boliviana” por Mónica Velásquez Guzmán (Revista de Poesía Alforja Nº 43, Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2008). “Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea” (Editorial Pre-Textos, Madrid, Buenos Aires, Valencia, 2010), de Gustavo Guerrero.


lunes, 25 de julio de 2022

Crónica de Santiago de Chuco. César Vallejo: Al filo del reglamento

 


Se sube para abajo o se baja para arriba, constantemente, sobre las calles de Santiago de Chuco. Trazado de casas a desnivel que ya de por sí explica la factura alegórica de algunos versos del autor de Trilce; mas no así, por cierto, el resto de sus posibilidades metafóricas. Amontonamiento ordenado en cúspide de más de 3,000 metros de altura, el pueblo de Santiago de Chuco, y tranquilo que pareciera maqueta de su propio cementerio puesto a orearse entre andrajosos apus y humildes iglesias. Trompo puesto a rotar en la ingravidez –incluidas sus desamparadas gentes– apoyado tan sólo en el monolito de su pequeña plaza de armas. Gordos brochazos de sol sobre tejas, burros y oferta de afamadas papas negras complementan la escenografía humana del paisaje -únicamente nuestra- porque aquel pueblo probablemente no sabe que es el mítico Santiago de Chuco. Tampoco, pareciera, que allí nació César Vallejo Mendoza -aunque ahora el blanco de su casa natal destaque entre el blanco de todas las otras- y que hoy por hoy lo habitan en su mayoría personas venidas de caseríos vecinos. Oleadas migratorias que llevaron también a uno de sus hijos a escaparse un buen día a París; a decir adiós para siempre al burro sensible y a la mujer estoica que mora entre aquellas escarpadas pendientes: la andina y dulce Rita de ahora que chatea encandilada con un ubicuo amor de neón.

Acabamos de visitar Santiago de Chuco, entonces, y nos cuesta creer que allí haya nacido César Vallejo -un ser tan heterodoxo en medio de cualquier grey- mucho más incluso que imaginarnos a García Lorca emergiendo del desierto de Fuente Vaqueros; pero no se nos ha mezquinado, al visitar su casa, la intimidad del poeta ni la de su familia. Ellos siguen allí, alrededor del pozo de agua, al interior del sencillo oratorio y entre el capulí del patio central y el cuarto de amasar el pan; hecho todo aquello de adobe, eso sí, como la pasta del corazón mismo del autor de Los heraldos negros. Lo más destacable en el contexto, además, es el eco de los juegos que aún impregna todo lo que soportan aquellas columnas de esmaltado palo de eucalipto. Puertas adentro sin duda allí se sabía reír, pero puertas afuera -por el puro pudor de la felicidad- quizá la imagen que transmitía más inmediatamente aquella unida familia era la de rezar. Y así lo ha entendido, de este modo unilateral, mucha de la crítica sobre la vida y obra de nuestro poeta; sobre todo aquélla surgida desde el mundo culturalmente anglo que tiende a dividir -de modo puritano y tajante- lo malo de lo bueno, lo correcto de su inalienable opuesto. No de otra manera es como quizá hemos de entender, por ejemplo, un significativo artículo académico reciente; se trata de “César Vallejo y sus espejismos”, firmado por Stephen Hart y publicado en Romance Quarterly (49, 2:111-118, 2002).

En este artículo el conocido estudioso inglés se propone desentrañar algunos supuestos de la vida y obra del autor de “España, aparta de mí este cáliz”; de algún modo desmitificar las imágenes que nos hemos hecho del poeta, y a éstas Hart las denomina “espejismos”. Uno de los que ventila en su artículo, si no el más importante, al menos el más pertinente a nuestros fines, es el conectado al rol de Vallejo en la revuelta callejera que aconteció en Santiago de Chuco el 1 de agosto de 1920 y que costó la vida a dos policías y a Antonio Ciudad, amigo de la familia Vallejo; aparte del incendio de la casa de la familia Santa María (donde hoy día funciona un hotelito del mismo nombre) y el confinamiento de nuestro poeta por ciento doce días en una cárcel de Trujillo. Ante el peso de lo escrito, el estudioso inglés -desenmascarando la ideología de El proceso Vallejo con que su autor, Germán Patrón Candela, supuestamente pretende demostrar la innegable inocencia del poeta, y ateniéndose a los partes legales- se anima finalmente por su fragrante culpabilidad: “es legítimo plantear que la supuesta inocencia de Vallejo es otro espejismo inventado por críticos que han yuxtapuesto el hombre y el poeta” (112). Hasta aquí -datos manejados y lógica expositiva parecen sólidos por parte de Hart- el discurso legal ensombreciendo implacable al del mito.

Pero lo más interesante a puntualizar es el paso siguiente en el razonamiento de este reputado vallejista respecto a lo que denomina “espejismo de la personalidad de Vallejo tal como se proyecta en su poesía” (116). En este sentido, basándose en algunos versos de Trilce y Poemas humanos donde se alude reiteradamente, según este mismo estudioso, al “caso de su autoproyección despersonalizada [ejemplo: “César Vallejo ha muerto”]” (116); técnica del doblaje que anima a Hart a concluir que “Vallejo, con gran lucidez, se veía a sí mismo como un ser misterioso, un fantasma, en fin, un espejismo” (117). Es decir, el profesor inglés discrimina tajantemente este hombre (taimado, culpable y prófugo) del poeta Vallejo. Suponemos que este tipo de zanjas ayuda, sobre todo a algunos críticos más que a otros, a orientarse con más comodidad entre anecdotario tan heterodoxo (nieto de curas o, según Hart, impune incendiario y asesino) y una poesía de por sí tan compleja como es la del autor de Trilce. Mas no todo lo informan los legajos o partes legales, sobre todo en el Perú, y es preciso tener idea más aproximada de la secular injusticia y arbitrariedad aquí reinante. No es este el contexto para entrar en detalles sobre el Caso Vallejo; sin embargo, queremos rescatar una vez más, aunque sea muy de pasada, el sentido de la complejidad y entramado de su vida y su obra. Por ejemplo, en el capítulo “La cárcel” del libro de Ernesto More, Vallejo, en la encrucijada del drama peruano (Lima: Bendezú, 1968), no percibimos para nada, a través de las cartas que el poeta dirige desde París al que fuera su abogado, Dr. Carlos Godoy, que Vallejo se halla desentendido o se oculte de su situación legal en el Perú. Más bien pareciera ser todo lo contrario y, para tranquilidad del poeta y la de su familia, haber desembocado aquello en un positivo colofón: “¨[París, 15 de agosto 1926] Mi querido doctor: Agradezco a usted mucho su cablegrama y su atentísima carta en que me dice que no tenga cuidado sobre el juicio de Santiago de Chuco. Sus noticias han venido a calmar mi inquietud, pues estaba yo muy atormentado” (83). Entonces, informados por esta misiva, si Vallejo no regresó al Perú no fue en primer lugar por temor a su situación legal -a pesar de los ires y venires de la justicia en el Perú-, sino por otros factores, adicionales incluso a la desagradable memoria del calabozo trujillano. Estos quizá se puedan sintetizar en uno fundamental, y aquí retomamos de algún modo la crónica de nuestra visita a Santiago de Chuco, en palabras de Jorge Aguilera Mora: “Vallejo exploró incansablemente todas las posibilidades trascendentales del estar aquí, en este mundo, de las ilusiones del sujeto, de los espejismos de la moral cristiana, de la negación de la esperanza y de la alegría fundamental de estar vivo” (“Buscar a H: poesía y posmodernidad”, Hispamérica 1999, 84, 13-22). Es decir, el poeta se apropió -no sin las tan conocidas carencias- de otros contextos y entornos; no era un peruano “profesional”, no creí en la vuelta o el retorno; no era oficiante de esta clase de melancolías. Culpable o no -u oximorónico en su vida también, mejor- no existían ya Ithacas que lo reclamaran de modo exclusivo. ¿Cómo iba de volver a Santiago de Chuco? Metonimia del Perú, aquel pueblo, es desde antes -y como sin duda hasta ahora mismo- un lugar del que se debe partir.

http://www.letras.mysite.com/pg220503.htm


martes, 19 de julio de 2022

César Vallejo y su pensamiento cuantitativo

 


Tenemos entre las manos un libro interesante, se trata de Las ideas estéticas de César Vallejo (Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2005), firmado por el licenciado en filosofía peruano Lawrence Carrasco (1966). Mas, tal como el subtítulo nos advierte, circunscrito al Estudio de sus textos en prosa reflexiva, desde 1915 hasta 1937; es decir, desde su tesis de Bachiller en Letras para la Universidad Nacional de Trujillo (“El romanticismo en la poesía castellana”) hasta sus últimas crónicas redactadas en París. No se ha ventilado, pues, y tal como define José Martí a la poesía en general, la flor del pensamiento del autor de Trilce. Sin embargo, tronco y ramas son útiles para que advirtamos de algún modo la naturaleza y características de la flor vallejiana; éste, creemos, es el mérito del presente trabajo.Ahora, el título de nuestra reseña, aquello de “pensamiento cuantitativo”, alude al famoso estudio de Giovanni Meo Zilio(1), a las conclusiones a las que arriba éste una vez aplicadas a la poesía de Vallejo las técnicas de la lingüística cuantitativa computacional; es decir, nos preguntamos qué tanto la labor de Carrasco es análoga a la de Meo Zilio. Aunque, claro, ambos se dediquen al estudio de géneros distintos en la producción de Vallejo, y el estudioso italiano se ocupe del significante mientras Carrasco lo haga, digamos, del significado o, como bien nos precisa, de la “Estética de Vallejo” (15)(2). Sin embargo, tal como podemos inferir, ni uno ni otro de estos dos repertorios denotativos y más o menos sistemáticos, una vez puestos a girar en ese caleidoscopio casero que es la poesía de Vallejo, queda indemne. Vale decir, al menos en el caso del trabajo pionero de Meo Zilio (sus antecedentes se remontan a 1960), sus unidades muchas veces invierten su valor, se metamorfosean y, por lo general, proliferan en ese juego de inagotable oxímoron a que nos somete la poesía del autor nacido en Santiago de Chuco. Por lo tanto, no es descabellado pensar que algo similar puede ocurrir con este corpus de “ideas y pensamientos sobre la realidad” de Vallejo.

Sin embargo, en un subcapítulo intitulado “Más allá de la dialéctica”, nos gusta y parece muy atinada la frase con la que Carrasco pareciera también advertir la relevancia de aquella turbina oximorónica: “síntesis momentáneas de positividad y negatividad” (57). Creemos que no de mejor modo podríamos describir la dinámica del intelecto de Vallejo -en este caso su heterodoxia de la dialéctica- que hallamos, tal como nos lo demuestra Carrasco en algunos pasajes de su estudio, tanto en su “prosa reflexiva” como, insistimos nosotros, abrumadoramente en su poesía: aclimatar de modo efímero dos conceptos opuestos, pero -al mismo tiempo- sin desnaturalizarlos, sin alienarlos en absoluto de su alteridad.

Ojo que no pretendemos decir que lo sistemático se asistematiza tan sólo por cambiar de género literario, por la mera especial relevancia del paralelismo en los versos, sino porque en el caso particular de la poesía de Vallejo son gravitantes también otros ingredientes , varios de ellos ya apuntados tradicionalmente por la crítica, por ejemplo: el arte de la “tachadura” (Julio Ortega), el incluir de modo directo en la escritura lo que usualmente desechamos del inconsciente (Jean Franco), la hibridez cultural textualizada en el género (Fernando Alegría), la “teología negativa” observada por Gutierrez-Girardot, el fino sentido del humor -inteligente distanciamiento de sus referentes- incluso en los momentos más dramáticos de sus poemas (Yurkievich), etc. Sin embargo, y para complicar aún más el panorama, pensamos que -como en toda gran obra de arte- ninguno de aquellos ingredientes o yuxtapuestos niveles de dificultad son sistemáticos en la poesía de César Vallejo; es decir, todo lo anterior se halla coludido y se ofrece de modo simultáneo en sus versos.

Desde otra perspectiva, podríamos decir que tipos de trabajo como el presente se avocan al estudio del aspecto horizontal del pensamiento de Vallejo -su naturaleza extensiva y no intensiva- y no al vertical, por cierto, fundamental en su poesía. Sin embargo, algo de esto ya ha sido también observado por el mismo Carrasco cuando, en sus propios términos, nos habla de la importancia de la sensibilidad en la poesía del peruano: “En este sentido, Vallejo suscribe plenamente el pensamiento de Pascal: ´El corazón tiene sus razones que la razón no comprende´” (52). Más aún, cuando ahondar en la naturaleza de la sensibilidad vallejiana puede ser, siguiendo a Carrasco, determinante para asimismo entender su estética: “La sensibilidad aborigen o indígena es para Vallejo lo que cuenta a la hora de valorar la grandeza o miseria de las obras humanas, incluidas las de carácter político, religioso y cultural en general” (118); aunque, algo después -y continuando con su comentario a un pasaje de “Contra el secreto profesional”- el mismo autor aclara que es un malentendido “creer que sólo pueden tener sensibilidad indígena los indios, y no los mestizos o los blancos” (119). Es decir, al margen de la esbozada polémica entre cosmopolitismo/ autoctonismo o hispanismo/ indigenismo, Carrasco, queremos creer, no hace otra cosa que invitarnos a leer la poesía del autor de Paco Yunque. En pocas palabras, es imposible asomarnos a Vallejo sin tomar en cuenta –y en primer lugar– su poesía. Lugar donde hallamos, en su florescencia, el árbol de las ideas vallejianas y donde podamos percibir y, probablemente, intentar describir mejor aquello tan inasible como su “sensibilidad aborigen o indígena”.

El libro que reseñamos se divide en tres capítulos: “Sujeto moderno y experiencia estética”, “Creación y producción artística” y “Problematicidad de las relaciones entre el artista y la sociedad moderna”, respectivamente. Para nosotros, de los tres, el primero es absolutamente prescindible y último es el más personal; Carrasco trasciende aquí el acartonamiento académico y hace un poco más suyo lo que él mismo distingue, por ejemplo citando a Octavio Paz, debería ser un ensayo: “La crítica no es tanto la traducción en palabras de una obra como la descripción de una experiencia” (100). En este sentido, es notable lo que Carrasco sugiere sobre la clase de crítica que practicaría el propio César Vallejo. Frente la dictadura de lo alegórico propia de una tradición exegética centrada, desde el Renacimiento, en la mimesis de las fuentes -como el arte lo debía ser de la realidad natural– o, como hoy en día, en el reflejo de la serie social (Cultural Studies), Vallejo estaría abierto constantemente -a diferencia de aquella crítica profesional- a la democracia de la metáfora: “Vallejo defiende la crítica científica, pero no quiere ser considerado como crítico; no se reconoce como profesional de la literatura, sin embargo, es graduado en literatura por la Universidad de Trujillo, y escritor de poesía, narrativa, teatro, etc. Se puede decir que hay en él vestigios renacentistas y románticos contra la profesionalización, como cuando experimenta cierta simpatía con la vida de los hoboes [Walt Whitman, Jack London, Carl Sandburg], esos vagabundos anarquistas que iban de ciudad en ciudad estadounidense, trabajando en oficios menores para no quedar atrapados en la gigantesca, alienante y amenazante maquinaria capitalista” (95).

Nosotros añadiríamos que Vallejo hace suyo un gesto muy contemporáneo, aunque no menos polémico, de la crítica; creemos que sueña, por ejemplo como Michael Foucault: “con el intelectual destructor de evidencias y universalismos […] el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana […] el que contribuya allí por donde pasa a plantear la pregunta de si la revolución vale la pena (y qué revolución y qué esfuerzo es el que vale) teniendo en cuenta que a esa pregunta sólo podrán responder quienes acepten arriesgar su vida por hacerla” (164)(3) . No otra cosa intentó hacer César Vallejo en vida -con su humanidad, su crítica y su poesía-, sino ser consecuente con sus sueños. Esto último, claro está, en consonancia con lo que el filósofo peruano David Sobrevilla caracteriza -y Lawrence Carrasco acertadamente refiere- como la tercera teoría del compromiso vallejiana: “En su ponencia ´La responsabilidad del escritor´ Vallejo contrapone el lema de Cristo ´Mi reino no es de este mundo´ y al que él mismo enunciaba para el intelectual en El arte y la revolución: ´mi reino es de este mundo´, el lema siguiente: ´Mi reino es de este mundo, pero también del otro´ -o sea del espíritu y a la vez de la materia” (124). Debemos admitir que de algo así trata la obra general de César Vallejo, para no circunscribirnos sólo a su poesía. Considerar, pues, que aquélla es siempre una mezcla oximorónica, vale decir, de tragedia motivada e inmotivada alegría.

notas

(1) “El lenguaje poético de César Vallejo desde Heraldos negros hasta España, aparta de mí
este cáliz, visto a la luz de los resultados computacionales (Materiales para un estudio de
lingüística cuantitativa) en César Vallejo. Obra poética. Américo Ferrari (coor.). Madrid:
Fondo de Cultura Económica, 1996. 621-660.

(2) El autor sintetiza, en el No 1 de sus “Conclusiones”: “Se puede plantear la existencia de un corpus teórico del pensamiento vallejiano, a partir de la sistematización orgánica de sus textos en prosa reflexiva. Denominamos prosa reflexiva a la que se puede considerar como transmisora de ideas y pensamientos sobre la realidad” (129)

(3) Un diálogo sobre el poder. Miguel Morey (trad.). Madrid: Alianza Editorial, 1981.

© Pedro Granados, 2005


domingo, 17 de julio de 2022

Trilce en italiano/ Lorenzo Mari

http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/2022/07/17/trilce-en-italiano-lorenzo-mari/

Lorenzo Mari vive a Bologna, dove insegna lingua inglese nelle scuole secondarie di secondo grado. È autore di alcuni libri di poesia, tra i quali Querencia (Oèdipus ed., 2019) e Tarsia/Coro (Zacinto ed., 2021). Ha pubblicato i saggi Forme dell’interregno. Past Imperfect di Nuruddin Farah tra letteratura post-coloniale e world literature (Aracne ed., 2018) e Il taccuino dell’intellettuale. Disegno e narrazione nell’opera di John Berger (Mimesis ed., 2020). Nel 2019 ha pubblicato il racconto Via Mascarella alta e bassa per le autoproduzioni della Libreria Modo Infoshop di Bologna. Traduce dallo spagnolo e dall’inglese: tra le traduzioni più recenti, #Misantropocene. 24 tesi (Modo Infoshop, 2020) di Joshua Clover e Juliana Spahr e Trilce (Argolibri ed., 2021) di César Vallejo. Ha curato l’antologia del poeta cileno Raúl Zurita ZURITA. Quattro poemi (Valigie Rosse ed., 2019), nella traduzione di Alberto Masala. Collabora con le riviste PULP Libri, Argo, Fata Morgana Web, Le Nature Indivisibili e Jacobin Italia.

 

martes, 12 de julio de 2022

De la simpatía "verbivocovisual" al "estruendomudo": Balance(o) de la bossa nova y Trilce

 




De la simpatía "verbivocovisual" al "estruendomudo": Balance(o) de la bossa nova y Trilce/ Nueva línea de Investigación de VASINFIN.




lunes, 4 de julio de 2022

TRILCE I, III, IV, V, VI, IX y XI (VOZ)

 


http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/2022/07/04/trilce-i-iii-iv-v-vi-ix-y-xi-voz/#more-11695

Grabado el 2004 en Puebla (México).  Año en el que, asimismo, se publicó nuestro libro, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (BUAP).