jueves, 21 de julio de 2016

El “trickster” o "zorro" César Vallejo: Materiales para su reconocimiento


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"Trickster (malandro)
Mircea Eliade mostra que o Malandro, por sua característica de burlar os limites, é frequentemente andrógino (masculino e feminino ao mesmo tempo - o que não se equivale a homossexualismo), como o Shiva indiano
Para Jung, tal simbolismo se refere à harmonização psíquica de Animus e Anima (imagens internas da Psiquê para masculino e feminino), dinâmica importante no processo de individuação.
A dualidade também se apresenta como uma espécie e "ambiguidade" que lhe é característica.
Na cultura de massa de origem norte-americana, são expressões do trickster: o Pernalonga, o Pica Pau e O Máscara"

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El zorro forma parte importante del paisaje cultural andino y, como personaje legendario con múltiples roles, es una imagen que recorre el mundo maravilloso de novelas, cuentos y cantos en quechua y en español. Sus correrías y simulaciones enriquecen la complejidad de sus intervenciones como agente cultural, intermediario activo y “rizoma” andino, mientras traspasa barreras, entabla negociaciones, establece alianzas, dialoga, traduce, lleva y trae mensajes desde distintos espacios y emisores entre la tierra y el cielo. Siempre escurridizo, libre e independiente, sin representar a ningún bando político ni “agencia cultural”, logra promover intercambios en aras de una vida social más democrática.
Julio E. Noriega Bernuy, El zorro andino y sus simulaciones



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“Salvo los discursos que se pronuncian en su entierro, el retrato que le esculpe José Drecrefft, las pocas fotografías en las que aparece, y los testimonios de quienes fueron sus amigos, no hay memoria de quien es ahora uno de los poetas latinoamericanos más importantes.  El dibujo que hace Picasso de Vallejo es un tributo póstumo.  Sólo se puede conjeturar sobre la imagen que tienen los demás de él.  El poeta del que han leído poco o nada.  El cronista que los entrevista o los explica a veces con poco o demasiado aprecio.  El peruano que tiene cachuelos por empleo.  El que sueña con la revista propia.  El becario del gobierno español que no asiste a clases y hace agitados viajes a España.  El propagandista del indigenismo o del gobierno peruano.  El materialista que aún en 1929 le pide a su hermano que le mande a decir misa al santo de su pueblo porque le ha pedido que le “saque de un asunto”.  El periodista que fue a Rusia como free-lance.  El activista que deporta el gobierno francés.  El escritor ignorado por la Revista de Occidente y La Gaceta Literaria.  El dramaturgo que Camila Quiroga y Louis Jouvet rechazan.  El marido de la “hija de concierge” como la llama Neruda a Georgette Phillipart.  El “criollo” que maquina fraudes con los que engaña a dos gobiernos.  El métèque que no paga el alquiler.  El “cholo” que vive en París y cuyo regreso al Perú nadie toma en serio.  La encarnación del pathos.  El “zorrillo” de Montparnasse.  ¿Cuál sería la palabra usada por latinoamericanos para referirse a quienes como él tenían como acreedores a sus amigos?  ¿Cuál retrato hubieran preferido o preferían quienes lo conocieron: el de la escultura de Joseph Decrefft o el de las caricaturas de Toño Salazar?” (Guido Podestá, Desde Lutecia.  Anacronismo y modernidad en los escritos teatrales de César Vallejo.  Berkeley, CA: Latinoamericana Editores. 1994. pp. 20-21)
“VASINFIN, en homenaje a Henrique Urbano (1938-2014)” 

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José Rosas Ribeyro, en “Vallejo y el viudo de la viuda (Respuesta a César Ángeles)
El viudo de la viuda defiende, pues, a capa y espada el mito construido por la viuda del poeta. En verdad, más parece interesarle doña Georgette que el propio Vallejo. Y para defender a la viuda no vacila en hacerse el distraído ante algunos aspectos que señalo en “Un Vallejo propio y mío”, aspectos que intencionalmente “olvida” en su respuesta. Aquí le reitero algunos que creo que merecen respuestas serias de parte de un académico como usted:

¿Cree usted realmente que Vallejo tenía una aureola de santidad escondida debajo del sombrero, como lo pretende la señora Philippart en sus “Apuntes biográficos” sobre el poeta? He aquí la frase en cuestión: “Vallejo quitándose el sombrero me saluda y veo una gran luminosidad blanco-azul alrededor de su cabeza”.
¿Cree usted realmente que distinguidos estudiosos de la obra de Vallejo, como Luis Monguió, André Coyné y James Higgins, brillantes académicos como usted, son “loros descerebrados”, como lo afirma la señora Philippart?
¿Cree usted que el comunista Gonzalo More, íntimo amigo de Vallejo, era un ser “totalmente amoral por no decir inmoral” y también “un reaccionario”, como dice la señora Philippart?
¿Cree usted que Juan Larrea, otro íntimo amigo de Vallejo, estudioso de su obra y fundador de Aula Vallejo (revista que apareció en Córdoba, Argentina entre 1961 y 1974), era “un impostor” y “un oportunista”, como sostiene la señora Philippart?
¿Cree usted realmente que tiene algo que ver con el debate sobre la vida y la personalidad de Vallejo el hecho de que, en los años sesenta, tres décadas después de la muerte del poeta, la señora Phillipart haya apoyado con dinero la aventura guerrillera peruana, como usted lo señala en “César y Georgette Vallejo entre las dos orillas y al pie del orbe”?   
Quedan muchas interrogantes sin respuestas de su parte, señor Ángeles. Muchas interrogantes ante las cuales usted “se hace el loco”, como se dice en el lenguaje popular. Éstas cinco que menciono no son sino ejemplos embarazosos para usted.


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Según Elena Garro:

A mí no me interesaban los oradores, me fascinaba el rostro grave de Vallejo, como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento, y no pude quitarle la vista de encima. Él se dio cuenta de cómo lo miraba y me echó un brazo al cuello, sin dejar de escuchar a los oradores. A su contacto me invadió una corriente de bondad que nunca más he vuelto a sentir. Aquel hombre era un hombre aparte, era un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de la bondad. Todavía veo su suéter de lana cruda y sus ojos trágicos. César Vallejo nunca se quejó. Tal vez sabía que el hombre moderno tiene el corazón de piedra y que era inútil pedir socorro. (…) Yo sentía que Vallejo era desdichado, pero no sabía la causa a pesar de su mirada febril y terriblemente profunda. Vallejo se sabía el elegido de la desdicha. Los mayores conocían el fondo del drama de Vallejo, pero preferían el mutismo y hacerle el vacío. (…) Nosotros sabíamos que Neruda no lo quería, pero no imaginábamos que su poder fuera tan grande como para hundir a César Vallejo en aquella desgracia. Poco tiempo después supe que Vallejo había muerto de hambre en París.

domingo, 10 de julio de 2016

Pedro Zulen & César Vallejo


Decíamos en una reseña a un libro anterior --Pablo Quintanilla, César Escajadillo y Richard Antonio Orozco (eds.) Pensamientoy acción. La filosofía peruana a comienzos del siglo XX (Lima: IRA, 2009)-- que éste se proponía: “reconstruir y analizar las dos tradiciones filosóficas que tuvieron mayor influencia en el desarrollo de la filosofía peruana a comienzos del siglo XX: el espiritualismo francés y el pragmatismo estadounidense, concentrándose en la recepción que hubo en el Perú de Henri Bergson y de William James”; y, agregábamos también allí, que aquel libro alimentaba: “el campo de la crítica a la producción literaria de aquellos años.  En concreto […] para una lectura de la poesía de la época; en particular, para un acercamiento vivo --por actual-- a uno de los poemarios más complejos o difíciles de la lengua, Trilce (1922)”; y especificábamos: “qué pertinente podría ser hablar --en términos de Bergson-- de dos yo, uno superficial y otro profundo, en la poesía de Vallejo (algo que ahora mismo obsesiona, aunque con otros presupuestos, a un estudioso como Stephen Hart). O, no menos, aquello de que “el conocimiento es colectivo por naturaleza” (Pierce) y no atributo de la conciencia individual; y, por lo tanto, la justicia también (“Masa”). Asimismo su corolario, “el individuo, si es algo, es parte de un todo sin el cual no tendría sentido”.   En fin, estos eran algunos de los conceptos que ventilábamos allí, aunque,  al mismo tiempo, quedaran como esperando una continuación;  la cual, en el caso del libro que pasamos a reseñar [Rubén Quiroz, Pablo Quintanilla y Joel Rojas (eds.) Pedro S. Zulen.  Escritos reunidos (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2015) 698 pp.], deseamos satisfacer.
 
            Lo primero de todo, en cuanto al interés que Zulen (1889-1925) en tanto poeta --publicado por Dora Mayer-- pudiera haber despertado en Vallejo, sería nulo; creemos que, Rubén Quiroz, también se queda corto cuando enfatiza: “En su corta existencia [Zulen] exploró asimismo el género lírico, bien es cierto que anclado en las maneras modernistas” (25).  Egurenismo y rancio  romanticismo, añadiríamos nosotros.  Muy a contracorriente --e impotente acaso-- frente a lo que el mismo Zulen informa sobre la obra de un nietszchiano Bergson en la “Introducción” a su tesis de 1920, La filosofía de lo inexpresable.  Bosquejo de una interpretación y una crítica de la filosofía de Bergson: “Bergson quiere sustraer la mente de un mundo estático, formal, encasillado, mundo de irrealidad, artificio o insuficiencia interior, y colocarla en la primitividad y plenitud de la vida, en el impulso instintivo y creador que esta lleva en sí” (37).  Es decir, y en realidad, Zulen no supera o anda imantado todavía a su filósofo estudiado.  Por más que, en aquel libro de 1920, asimismo argumente: “El bergsonismo queda así reducido a un ilusionismo  psicológico, a un espejismo de la duración real, que en cuanto quiere constituir un sistema filosófico, no avanza más que el agrietado racionalismo […] La novedad del platonismo bergsoniano consiste solamente en establecer que el platonismo, ilegítimo si la Idea es cosa o relación, deviene legítimo si ella es duración […] Intuir es platonizar” (55).  Y aquello es así porque, como bien argumenta Pablo Quintanilla en la “Presentación” del segundo libro de Pedro Zulen --Del neohegelianismo al neorrealismo [atomistas lógicos].  Estudio de las corrientes filosóficas en Inglaterra y los Estados Unidos desde la introducción de Hegel hasta la actual reacción neorrealista (1924)--, citamos: “Zulen no se despega por completo de la influencia de Bergson, como se ve en la defensa que hace, en Del neohegelianismo al neorrealismo, de un cierto hegelianismo leído desde la obra de Royce [“El pensamiento es para las cosas y todas las cosas son para el pensamiento, en el vivimos y en él nos movemos”], así como en el duro cuestionamiento que realiza del materialismo [como del materialismo histórico de José Carlos Mariátegui o Víctor Raúl Haya de la Torre] que él cree encontrar entre los neorrealistas” (61).   En pocas palabras, sintetiza Quintanilla: “Quizás la crítica más puntual que podría hacérsele a nuestro autor no es el abrazar el concepto de espíritu [cercano a Spinoza, es decir, al panteísmo o al panenteísmo] ni utilizarlo en su filosofía, sino el no explicarlo conceptualmente con más claridad, dado que lo emplea como una pieza principal en su filosofía y le sirve para elaborar cuestionamientos a posiciones filosóficas y psicológicas” (66)

            Obvio, César Vallejo no compartiría estas incertidumbres o dubitaciones zulenianas.  Por un lado, ya en su tesis de “Bachiller en Filosofía y Letras” de 1915 (El Romanticismo en la poesía castellana), echó mano --más bien-- de la noción positivista o naturalista de un Hippolyte Taine; desde la cual se analizaban las obras artísticas y literarias considerándolas como el resultado de la raza, el ambiente y el momento.  Aunque, a decir verdad, aquí Vallejo desde ya ensayando unos larvarios estudios culturales o perspectiva intercultural: “He then went on to evaluate the rol played by 'elementos extranjeros' (foreign elements), and here he marshalled the main points about Italian, English, German, anf French literatura and their influence on Spanish literaure” [Stephen Hart, César Vallejo.  A literary biography (Croydon, Great Britain: Támesis, 2013) 18].  Obvio, esto no impidió una gran amplitud de miras por parte del autor de Los heraldos negros (1918); ya que justamente en este su primer poemario se aclimata todavía y también se rinde homenaje --junto a la Biblia, Darwin o la cultura andina-- a ciertas lecturas poéticas que podríamos considerar “espiritualistas” o incluso “bergsonianas”, tipo José María Eguren (muy admirado y difundido por Pedro Zulen) o Julio Herrera y Reissig.  Por otro lado, y sólo para circunscribirnos a la poesía de César Vallejo elaborada y publicada antes de su viaje a Europa (1923),  Trilce (1922) elaboraría su propia y radical crítica a la metafísica occidental --sin acaso dejar de permanecer bíblico-- permitiendo que aflore a través de sus poemas un elaborado, consistente y no menos incluyente mito de Inkarrí [Pedro Granados, Trilce: Húmeros para bailar (Lima: VASINFIN, 2014)]; en la catadura “bergsoniana” de César Vallejo, su: “experiencia inmediata, absoluta, concreta” (101).  En otras palabras, aquellos remanentes trascendentalistas --todavía presentes en Los heraldos negros-- se hacen en Trilce del todo inmanentistas; aunque no necesariamente materialistas y dialécticos, como en general la crítica apunta sobre la poesía de su etapa europea o póstuma (Poemas humanos). 

            En conclusión, creemos que Vallejo, en Trilce, fue mucho más allá que Zulen.  No sólo en lo tocante a superar el dualismo de este último, tal como lo nos lo presenta Joel Rojas en estos mismo Escritos reunidos: “En Zulen de hecho encontramos una visión dualista de la nación peruana: el indígena y el criollo [la cual] acusa limitaciones en la concepción de la heterogeneidad.  Así, nuestro autor [un tanto como José Carlos Mariátegui] no aboga por las minorías chinas y afroperuanas, históricamente explotadas tanto como el indio” (161).  Sino que, además, fue mucho más allá en el desmontaje y aporte –semióticos-- del tiempo que a ambos les tocó vivir.  Prueba irrefutable de ello, en este caso específico, no es tanto la filosofía o el pensamiento; sino, desde la doctrina de Pierce (“acción” o pragmatismo), la constituye finalmente la poesía que, en la misma época, uno y otro pusieron en práctica.


Pedro Granados, PhD
Presidente de VASINFIN