miércoles, 13 de agosto de 2014

Panamá y un territorio cada vez más complejamente vallejiano



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Desde el Ecuador hacia arriba, Colombia y también Centro América, no ha muerto el culto por la poesía encantada de Rubén Darío; Neruda sigue siendo el ejemplo de poesía civil a seguir;  la “otra vanguardia” (José Emilio Pacheco dixit) o el “modo anglosajón” continúa dictando su cátedra de localismo, coloquialismo y oportuno sentido del humor; y se lee muy mal  o, peor aún,  de modo básicamente para-literario  a César Vallejo  a través, sobre todo, de la glosa cubana y el triunfo de su Revolución.  Desde el Perú y hacia  abajo (incluido por lo menos el sur del Brasil), todo el territorio es cada vez más complejamente vallejiano.  Es decir, Vallejo catalizado con Borges;  Vallejo a través de la voz de “arena” de  algunas mujeres (Olga Orozco o Damiela Eltit); la risotada de Trilce rescatada por Oliverio Girondo o Filisberto Hernández; Vallejo y el neo-barroso, es decir, Trilce jugándose de manos con Lezama… y hasta con la más reciente poesía en “portunhol selvagem” de la cada vez más transitada frontera brasiguaya, aunque los Wilson Bueno o los numerosos Douglas Diegues de ahora mismo  no estén muy al tanto de ello.  

Sirva esta sumaria introducción para hablar de Panamá y su poesía reciente; por lo menos, la que hemos conseguido, consultado o compartido en un viaje de hace muy poco al país del legendario Canal. País de migrantes, bi-oceánico y multicultural que poco a poco --y cada vez más-- su capital se enmuralla como un colorido shopping al que rodea el vasto océano.  Pues aquí se ejercita también una poesía que va, verbigracia, desde aquella que representa el sentir independentista y culturalmente reivindicativo de los kunas; entre cuyos poetas representativos destaca, de modo nítido, un autor como Arysteides Turpana (1943).  Hasta  aquella más urbana, aunque no menos lúdica y/o comprometida, en la huella de otros dos destacados poetas más o menos contemporáneos a Turpana; nos referimos a César Young Núñez (Carta a Blancanieves) y a Manuel Orestes Nieto (Dar la cara).  Es decir, este guiso de los años setenta: coloquialismo, compromiso social, multiculturalismo y ácida ironía va a nutrir las obras poéticas de, por ejemplo, una tan lúdica como la de A. Morales Cruz (Cómicas de Berlín, 2011), una antología tal cual El mar que nos unió (2013) donde se ventila, sobre todo, la rica multiculturalidad del istmo; e incluso una obra tan local y, al mismo tiempo, radicalmente cosmopolita como la del joven, varias veces premiado y fecundo poeta Javier Alvarado (1982).  Poesía, la de Alvarado, de lector; por lo tanto culterana o veneciana; aunque, de modo simultáneo, no menos consciente o políticamente comprometida.  Acaso su rasgo más particular, aunque identificable también ya en la misma tradición poética de su país,  sea el recurso sostenido al surrealismo como una manera de añadir dimensiones --mágicas, míticas-- a los temas o motivos que aborda su poesía.  En suma, una apuesta muy interesante por la complejidad; aunque todavía el oficio de poeta de Alvarado --su control de calidad-- presente evidentes desniveles.  Sin embargo, y no sólo nosotros, consideramos que la poesía del vallejiano Javier Alvarado --acaso junto a la de su contemporánea, aunque su obra hasta el día de hoy sea tan sólo una promesa, Sofía Santim-- es la más interesante del Panamá contemporáneo:
“Ésta es Helensburg
Con sus edificios pardos y sus héroes de leyenda
Donde los muertos a la falda de la catedral
Buscan las fresas para morderlas bajo tierra”
                 De Carta natal al país de los locos (Poeta en Escocia)
                

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