Foto: César Vallejo y Alcides Spelucín
Amauta(s): Antenor Orrego como maestro de vanguardia/ Javier Suárez
CUADERNOS DE LITERATURA VOL. XXII N.º43 • ENERO-JUNIO 2018, 120-145.
“el vitalismo [de Antenor Orrego] se mezcla con un optimismo estético y ético que a través del arte busca la transformación personal (la vida de cada ser humano es una estética) y, al mismo tiempo, nacional (buscar personalmente una estética-ética nacional y latinoamericana) […] Esta relación entre vitalismo estético y pragmatismo pedagógico responde a un contexto histórico: ¿qué hacer después de la Guerra con Chile? ¿Cómo reconstruir el país luego de la debacle política y cultural cuya punta de lanza era el positivismo europeo, primero de un Comte e, inmediatamente después de la Guerra, del de un Spencer pesimista?” […] valdría la pena preguntarse por el desarrollo vanguardista chileno (vencedor en la Guerra del Pacífico) que desarrolló un programa estético más cosmopolita y menos nacionalista alineado con las vanguardias europeas. El caso peruano, y su hibridez nacional, fue distinto (128)
“Además de concebir lo estético como suprema categoría antropológica, el amauta trujillano afirma que frente a la total adversidad existencial (piénsese en Vallejo), es una necesidad estética la que milagrosamente permanece en el hombre y lo salva: la realización de lo bello.129-130 [Bueno, esto apenas constituye la lectura canónica de Los heraldos negros; y ni siquiera de este poemario en su conjunto. Ver Granados 2007, 2014 y 2019]
“Y es curioso constatar, que mientras el revolucionario de la forma estética [Vallejo] deja intactas las formas de la realidad objetiva; el revolucionario de la representación funcional de las formas objetivas [Spelucín] deja intactas las formas tradicionales de la estética (Antenor Orrego, “Palabras Prologales” a La nave dorada de Alcides Spelucín, 1926, pp.24-25) (135) [Vallejo jamás es un revolucionario individualista ni, menos, un esteticista sino, incluso ya desde LHN, se halla conectado a una cultura o simetría post-antropocéntrica localizada y viva. Por lo tanto, en términos de Orrego, Vallejo también ejecutaría en sus versos aquello que aquél afirma hace Spelucín. Aunque cabe investigar si hacia 1926, progresivo alejamiento de Vallejo del APRA, este hecho inclinaría la balanza crítica a “favor” de Spelucín que, en la Nave dorada, rinde sentido culto a Haya de la Torre. En todo caso, en su prólogo a Trilce, Orrego destaca que Vallejo arremete contra toda retórica; paradoja que hace preguntarse al mismo Javier Suárez si: “¿está Orrego utilizando dos sentidos opuestos del mismo término o acaso hay un cambio en la interpretación de la poética vallejiana? Recuérdese que el prólogo a La Nave Dorada se publica en 1926: la radical experimentación de Trilce ya se había producido, Nota 16, p. 137]
“El poema de Vallejo, piénsese en la centralidad del poema al llevar el título del poemario, ofrece una experiencia existencial, individual(ista), de un sujeto atrapado en su dolor y su queja; ese estar atrapado sin salida lo acerca a una visión decadente del mal de siglo romántico o el spleen de un poeta como Baudelaire” (140) [Sic]
“La direccionalidad de Spelucín no es la del yo que experimenta el dolor y atisba la esperanza (fallida); es la del maestro-discípulo que no duda en seguir al ideal histórico representado por un Cristo que sonríe y que se caracteriza por su capacidad de reconciliar opuestos” [¿González Vigil?] (141)
Amauta(s): Antenor Orrego como maestro de vanguardia/ Javier Suárez