Vaso en mano, Neruda empezó de pronto
a reprochar a Vallejo sus convicciones y actitudes, indicándole como quien
tuviera autoridad para hacerlo, cómo había que comportarse en aquella circunstancia.
Vallejo trató de eludir la querella, pero Neruda insistía tozudamente en sus
recriminaciones. Cuando llegaron las cosas a un grado de tensión difícilmente
soportable, intervine resueltamente para recordarle a Neruda que él era un
novicio en cuestiones marxistas, mientras que Vallejo había estudiado y
practicado la materia durante años. Lo más acertado que podía hacer, por tanto,
era callarse. Lo hizo así. Pero el caso es que desde entonces, Neruda no se
portó bien con Vallejo. Lo acusó públicamente y sin fundamento, de trotskista
por el hecho de que a la mujer del peruano se le fuera la lengua con facilidad,
cosa que a nadie le era dado evitar por lo anárquico de su equilibrio. Y lo peor, impidió que se le confiara a
Vallejo un trabajo retribuido que le correspondía por muchas razones y que
quizá lo hubiera salvado de aquella su lastimosa muerte. A él y a Delia les
eché en cara en más de una ocasión que no se dieran cuenta de que Vallejo no se
encontraba bien, posiblemente a causa de sus contrariedades y privaciones, y
que necesitaba comprensión y ayuda de sus amigos para sobreponerse y hasta para
independizarse un tanto de su mujer y mantenerse a flote. Fue inútil. Otra vez
volvió a faltarle a Neruda la humana fibra amistosa. Antes de cumplir el año, Vallejo
fallecía.
Página 410. Juan Larrea. Angulos de Visión, Edición de Cristóbal Serra. Marginales. Tusquets editores.
Tomado de http://lagunabrechtiana.blogspot.com.br/
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