Este
espléndido congreso internacional (Lima, Trujillo, 20-24 de octubre de 2014) tuvo,
entre otros aciertos, la feliz idea de publicar sus actas por anticipado y en
dos tomos: Gladys Flores Heredia (ed.) Vallejo
2014 (Lima: Cátedra Vallejo), quedando pendiente incluso la publicación de
un tercero, con el objetivo de: “cartografiar el estado de la cuestión respecto
a los estudios vallejianos en lo que va de estos dos primeros decenios del
siglo XXI”. Ambos volúmenes constituyen
una selección generosa de las ponencias presentadas en aquel evento. Estructuradas, a su vez, entre aquéllas
dedicadas al estudio de la poesía y narrativa del autor de Trilce (Tomo 1). Y los artículos
correspondientes a “Tesis, artículos periodísticos y crónicas”; “”Recepción
crítica, traducción y representaciones vallejianas”; tanto como “Vallejo: vida,
educación, política y otras constantes” (Tomo 2). Nuestra reseña, por su lado, ventila algo
semejante a una inevitable segunda selección entre aquellos casi sesenta
estudios compendiados en estos dos interesantes volúmenes.
En general, respecto a una dialéctica
que nos animaríamos a describir entre saberes y prácticas cosmopolitas (George
Lambie, Alain Sicard, Ricardo Silva-Santisteban, etc.) vs. saberes y prácticas locales
(Enrique Foffani, Gonzalo Espino Relucé, Stephen Hart, etc.), constatamos que
en dichas ponencias existe un balance entre ambas maneras de situarse ante el
estudio de la obra de César Vallejo; con acaso mayor expectativa, en cuanto
significación o interés de los artículos antologados, de la segunda frente a la
--canónicamente predominante-- primera manera.
No es que, dado el caso, detectar la presencia Pitágoras o Ernst Haeckel
en la poesía de Vallejo sea prescindible o irrelevante, ni mucho menos. Es más, en particular el texto de Alfredo
Rosas Martínez (UAEM), “Destrucción de la armonía pitagórica en Trilce”, se muestra aquí incluso
necesario --en su insularidad o “esoterismo”-- frente a la abrumadora mayoría
de trabajos volcados a la biografía, al hogar, a la madre o, sobre todo, a la
filiación política del poeta. Sin
embargo, a estas alturas del adentramiento en el conocimiento de la vida y obra
del autor peruano, pareciera que nuestro criterio y sensibilidad actuales --sobre
todo desde la óptica de los estudios post-coloniales-- se inclinan o requieren situar
aquella obra en su contexto literario, político-ideológico y cultural sean
estos peruanos o regionales. De esta
manera, por ejemplo, un texto tan bien articulado y sugestivo como el de George
Lambie (“La política de César Vallejo en el siglo XXI”), sobre todo en aquello
de vincular a Vallejo (tal como lo estuvieran Orwell o Malraux) con la causa del
POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) --democrático y liberal, frente a
fascistas y comunistas-- nos puede resultar hoy en día ontológicamente insuficiente, por más interés o
pertinencia que guarde aquí, según Lambie, la relación Vallejo-Gramsci. Por qué no incluiríamos en el escenario de la
concepción política vallejiana del siglo XXI, por ejemplo, un mito como el de
Inkarrí. Pareciera que un punto de
vista crítico urbano no se sostiene por sí solo sin incluir el saber o herencia
cultural locales: “mapeado por la
tendencia de los pueblos amerindios a la incorporación barroquizante de lo
exógeno asimétrico” (Amálio Pinheiro) [http://letras.s5.com/pgra070914.html]. Más aún si nos proponemos comprender a un
autor como el nacido en Santiago de Chuco.
Otro tanto de lo anterior sucede con
la filología del reconocido profesor Alain Sicard (“Avatares de la carencia”);
donde, una vez reconocida su deuda con el binomio conceptual “abundancia/
carencia” de Julio Ortega, el profesor francés se propone estudiar: “la
carencia [solidaria] a partir de la cual la poesía de César Vallejo realiza su
propia secreción”. En el interín de su
trabajo, Sicard coteja conceptos y ensaya análisis de textos no menos
pertinentes y persuasivos; por ejemplo: “El 1 de Trilce es un Jano bifronte: culpable de la pesadilla numérica ('No
deis el 1…'), es a la vez su víctima emblematizada, el 1 de la orfandad”. O,
asimismo, aquello de la “dialéctica agónica” de esta poesía --en particular de España, aparta de mí este cáliz--que los
marxistas de los años treinta hubieran mirado con recelo. Sin embargo, tal como en el caso del bien
documentado y honesto trabajo de Lambie,
nunca es de un polo único esta poesía; más bien, a la orfandad, vacío, no ser
--obvios o deducidos-- se suman siempre la alegría y la plenitud por lo general
sutiles: opacos o implícitos. En pocas
palabras, el fragmento vallejiano (Los
heraldos negros, Trilce o España,
aparta de mí este cáliz) sería el cuerpo mismo del Inca restituyéndose; obvio,
en tanto proceso actuante y mesiánico, un motivo extraordinario de gozo. Distante o incluso a contracorriente del
fragmento europeo de la vanguardia que representa, cual denominador común: destrucción,
absurdo o vacío.
Aquella “dialéctica o revolución de la carencia”, que intenta demostrarnos
con su trabajo Alain Sicard, adquiriría incluso de esta otra manera una idónea
--en tanto más icónica y mejor aclimatada--
explicación: “Si es posible hallarle al dolor un aspecto positivo es que por
primera vez, gracias a él [César Vallejo], la carencia tiene cuerpo” (p. 169).
He incluso otro tantito de lo mismo
lo constituye el inspirado artículo de Antonio Melis, “El laboratorio del
poeta: las libretas de apuntes de César Vallejo” [Contra el secreto profesional y El
arte y la revolución], donde el
estudioso italiano --famoso por
aquello de: “en su marxismo [el de la poesía de
Vallejo] se percibe un énfasis en el materialismo biológico, concebido como
algo anterior, por supuesto no cronológicamente sino ontológicamente, al
materialismo histórico”-- insiste que
en el Vallejo de los años de los “apuntes”: “se encuentra un auténtico
enamoramiento por la dialéctica”; y enfatiza ahora: “esta forma de pensamiento
alimenta en profundidad el estilo poético de Vallejo, configurando una estructura
de la imagen y de la metáfora, que no admite comparación alguna en la poesía
contemporánea, resultando, por eso mismo, inimitable”. El
problema con Melis, y no menos con la mayoría de los vallejólogos actuales, es
el prejuicio --cultural, racial, social, político-- de que Vallejo recién
empieza a pensar una vez salido del Perú; y, de modo paralelo, de que existe
una especie de “progreso” ético en su obra sólo después de Los heraldos negros y
Trilce. Obvio, son resultas de
nuestras profundas limitaciones actuales para leer “dialécticamente”, o en su
especificidad, sobre todo Trilce. Es decir, leerlo también como un pensamiento
híbrido y complejo --cultural, política y socialmente situado-- que se debe
añadir al debate entre los indigenismos y europeismos estrechos o gaseosos de
la época: Riva Agüero, Gálvez, Sánchez, etc.; y, por qué no, tener su propio
lugar entre aquellos más canónicamente aceptados hoy en día como los de
Mariátegui o Churata. Y de este modo, no
continuemos incurriendo en la división internacional del trabajo que reedita en su artículo Antonio Melis: “Benjamin
[piensa] de manera sistemática; Vallejo, por medio de intuiciones”.
Son varios más los textos que
ameritan un comentario, pero acaso sea el de Stephen Hart uno que --para bien--
lo torna ineludible. Este estudioso
inglés, a cuyos trabajos desde hace unos años hemos ido observando de modo puntual y crítico, merece --tanto como James Higgins o Alain Sicard,
también premiados por su comprobado vallejismo-- la distinción que, en el
ámbito del Congreso Internacional “Vallejo Siempre”, le otorgara la Universidad
Nacional de Trujillo. El crítico inglés
ha multiplicado las aristas de su acercamiento a la obra vallejiana, se ha
complejizado; pero sobre todo ha ido --a punta de privilegiar los saberes y
prácticas locales-- matizándose culturalmente… tornando incluso cada vez un
poquito más híbrido su propio enfoque académico. En su artículo, “Las 'tres potencias' de César
Vallejo: homo philosophicus, homo politicus, homo sacer” [“Oh revolcarse,
estar, toser, fajarse,/ fajarse la doctrina, la sien, de un hombre al otro,/ o
por siete o por seis, por cinco o darlo/ por la vida que tiene tres potencias”],
sostiene lúcidamente: “Para Vallejo, el pensamiento era un proceso poético,
filosófico y también político. Para él,
no había una distinción irrevocable entre los tres campos del saber”. A lo que, en otro significativo pasaje, este
mismo crítico añade: “El yo poético de Vallejo --si no el Vallejo empírico que
tenía convicciones políticas y se unió al partido comunista-- veía a todo el
mundo como su camarada [el hombre entendido en su totalidad], y no solamente a
la clase trabajadora, según señala en su tercera estrofa de 'Quisiera hoy ser
feliz de buena gana…': Hermano persuasible, camarada,/ padre por grandeza, hijo
mortal,/ amigo y contendor, inmenso documento de Darwin”. Asimismo, respecto a la obsesión de Hart por
el poema “Ascuas”, donde en apariencia se ventila el amor incestuoso del poeta
por su sobrina Otilia Vallejo Gamboa, también la óptica del crítico inglés ha
dado como un salto dialéctico: “A diferencia del homo sacer pagano cuya muerte no tenía valor, la muerte del poeta
Vallejo proyectada en este poema sí tiene valor, porque se convierte en una
tragedia del 'amor prohibido': el amor es un Cristo pecador (“Amor prohibido”)
[…] lo 'sagrado' vallejiano supera y trasmuta la fórmula girardiana al fusionar
los dos sentidos del homo sacer (el 'paria' junto con el 'hombre sagrado'),
según leemos en 'Espergesia': Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo” […]
Finalmente, concluye: “el homo sacer es una túnica que le cae muy bien a
Vallejo, paria sagrado de la cultura peruana”.
Como es usual en Stephen Hart, conclusión ésta última con su tanto
--simultánea al fervor-- de desapego por la obra del poeta peruano; este tipo
de talante, y no tanto su positivismo que a veces es muy soso, pensamos va
por buen camino.
Por último, quizá no vale la pena ni
siquiera destacarlo, confluyen también en esta cartografía otros tipos de textos,
podríamos decir no académicos. Aquellos
demasiado en agraz o que son un refrito, más bien emotivo, de lo ya suficientemente
ventilado por la crítica; otros que actúan como estandarte de alguna fe; e
incluso alguno que ha sido escrito, entre líneas y al final de cuentas, sólo
para restar simpatías a otros poetas “limeños” [Blanca Varela, Javier
Sologuren, Rodolfo Hinostroza, Julio Ortega, etc.] en cuanto su supuesta indiferencia,
en los años sesenta, por la obra vallejiana: “al parecer, les resultaba poco
útil en su ascenso profesional”. En fin, existirá siempre un autor y un público
para todo.
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