De manera semejante a como Stephen Hart, sin querer queriendo, intentó sugerirnos en su ensayo, “El cadáver exquisito de César Vallejo”, aquello de que cuando leemos la poesía del peruano levantamos un cuerpo –tal cual en una curaduría, tridimensional o multidimensional–, de uno muerto y simultáneamente vivo (Inkarrí o Túpac Amaru o su madre o cualquier animal o el voluntario de España mucho más que el de un Cristo crucificado); del mismo modo, otros ensayos de este mismo volumen, giran alrededor de algo más o menos equivalente. Es decir, giran alrededor, aunque sin mencionarlo, del impacto de la lectura vallejiana y multinaturalista de Pedro Granados. Para intentar fundamentarlo, no nos parece ocioso recordar que este crítico ya encontró y demostró la continuidad –enmadejando su aparente y no menos canónico abismo teórico– entre Los heraldos negros y Trilce; tanto como permitió percatarnos, en cuanto a los “Poemas de París I”, que el semen humano puede también copular y fecundar una piedra, y su virtual producto –huevo cigoto– pasar a constituirse en primicia de un nuevo proceso evolutivo o de una nueva humanidad (post-antropocéntrica). Todo esto en la tesis de PhD de Granados para Boston University (2003) (capítulos 1 y 2) y publicada al año siguiente tanto en México (BUAP) como en el Perú, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: Fondo editorial PUCP, 2004). Aparte de libros y artículos más recientes que inciden, sobre todo, en el patrimonio cultural –jamás decorativo, melancólico, chauvinista o profesional– del “Cholo” nacido en Santiago de Chuco.
De este modo también ya estamos reseñando, aunque de manera sucinta, el interesante ensayo de Dominic Moran, “Trilce XXXVII: arte poética de la evolución”; citamos a esta docente de la University of Oxford:
“Según Bergson, la naturaleza esencialmente creadora de la duración evolucionista significaba que su curso no era ni inevitable ni previsible, que en principio pudo haber seguido una numerosidad de caminos […] Esta concepción radicalmente ingeniosa de la evolución podría explicar la aparentemente extravagante conficuración de los elementos ‘boca’, ‘dientes’ y ‘cristal’ [Trilce XXXVII: ‘Este cristal aguarda ser sorbido’] que de tan familiares hemos llegado a considerar fijos y necesarios y no transitorios y sujetos al cambio” (63)
Huelgan comentarios, en conexión de lo que más arriba decíamos sobre los “Poemas de París I”. Sin embargo, lo que sí quisiéramos destacar es que a partir del texto de Moran podríamos postular el siguiente esquema respecto a las diferentes perspectivas, finalmente interrelacionadas, con las que se aborda ahora mismo el estudio de la poesía de César Vallejo y, en general, acaso toda la obra vallejiana:
A Metamorfosis – Cultura
B Ciencia
C Mito: Cultura (A) + Ciencia (B)
Esquema que es un poco por donde van o retornan –y asimismo se reelaboran– los tiros críticos recientes. Si no, vayamos a esta conclusión de Alain Sicard sobre su propio ensayo, “La épica como pasión: reflexión sobre el exordio de España, aparta de mí este cáliz”:
“No nos parece exagerado decir que Vallejo vive la guerra de España como una visión histórica de la Pasión. Histórica, queremos decir, sin dios, sin trascendencia. Desde este punto de vista toman toda su importancia las ‘caídas de arquitecto’, y la inflexión que dan al poema hacia una ‘crucifixión a lo humano’”
Aunque infelizmente, van a disculpar si insistimos en esto, perspectivas y aportes de los vallejólogos, alrededor de la complejidad, que formatean –una y otra vez– al poeta como si éste fuese no universal, sino nada más otro de los suyos y cuya obra bastaría a ser descrita del modo suficiente :
“podemos rastrear en su escritura [de Vallejo] las huellas de un discurso que conduce su pensamiento desde las teorías de Taine, Rodó, Haeckel o Max Müller (etapa de Los heraldos negros), pasando por Maeterlinck, Nietszche, Shopenhauer, Hegel y los positivistas-evolucionistas (Trilce), hasta llegar al materialismo dialéctico de los Poemas Póstumos (Merino 250-251) [Antonio Merino, “Las estaciones de lo Real. César Vallejo y la (no) poética del 27”].
Para no referirnos, en específico, a los vallejianos peruanos, presentes también en este volumen, cuyos artículos son como una caricatura o, peor todavía, como una mueca aburrida respecto al de sus pares extranjeros.