Desde el Ecuador
hacia arriba, Colombia y también Centro América, no ha muerto el culto por la poesía encantada de Rubén
Darío; Neruda sigue siendo el ejemplo de poesía civil a seguir; la “otra vanguardia” (José Emilio Pacheco
dixit) o el “modo anglosajón” continúa dictando su cátedra de localismo, coloquialismo
y oportuno sentido del humor; y se lee muy mal o, peor aún, de modo básicamente para-literario a César Vallejo a través, sobre todo, de la glosa cubana y el
triunfo de su Revolución. Desde el Perú
y hacia abajo (incluido por lo menos el sur
del Brasil), todo el territorio es cada vez más complejamente vallejiano. Es decir, Vallejo catalizado con Borges; Vallejo a través de la voz de “arena” de algunas mujeres (Olga Orozco o Damiela Eltit); la
risotada de Trilce rescatada por Oliverio
Girondo o Filisberto Hernández; Vallejo y el neo-barroso, es decir, Trilce jugándose de manos con Lezama… y
hasta con la más reciente poesía en “portunhol selvagem” de la cada vez más
transitada frontera brasiguaya, aunque los Wilson Bueno o los numerosos Douglas
Diegues de ahora mismo no estén muy al
tanto de ello.
Sirva esta sumaria
introducción para hablar de Panamá y su poesía reciente; por lo menos, la que
hemos conseguido, consultado o compartido en un viaje de hace muy poco al país del legendario
Canal. País de migrantes, bi-oceánico y multicultural
que poco a poco --y cada vez más-- su capital se enmuralla como un colorido shopping al que
rodea el vasto océano. Pues aquí se
ejercita también una poesía que va, verbigracia, desde aquella que representa
el sentir independentista y culturalmente reivindicativo de los kunas; entre
cuyos poetas representativos destaca, de modo nítido, un autor como Arysteides
Turpana (1943). Hasta aquella más urbana, aunque no menos lúdica y/o
comprometida, en la huella de otros dos destacados poetas más o menos
contemporáneos a Turpana; nos referimos a César Young Núñez (Carta a Blancanieves) y a Manuel Orestes
Nieto (Dar la cara). Es decir, este guiso de los años setenta:
coloquialismo, compromiso social, multiculturalismo y ácida ironía va a nutrir
las obras poéticas de, por ejemplo, una tan lúdica como la de A. Morales
Cruz (Cómicas de Berlín, 2011), una
antología tal cual El mar que nos unió
(2013) donde se ventila, sobre todo, la rica multiculturalidad del istmo; e
incluso una obra tan local y, al mismo tiempo, radicalmente cosmopolita como la
del joven, varias veces premiado y fecundo poeta Javier Alvarado (1982). Poesía, la de Alvarado, de lector; por lo
tanto culterana o veneciana; aunque, de modo simultáneo, no menos consciente o políticamente
comprometida. Acaso su rasgo más
particular, aunque identificable también ya en la misma tradición poética de su
país, sea el recurso sostenido al
surrealismo como una manera de añadir dimensiones --mágicas, míticas-- a los
temas o motivos que aborda su poesía. En
suma, una apuesta muy interesante por la complejidad; aunque todavía el oficio
de poeta de Alvarado --su control de calidad-- presente evidentes desniveles. Sin embargo, y no sólo nosotros, consideramos
que la poesía del vallejiano Javier Alvarado --acaso junto a la de su
contemporánea, aunque su obra hasta el día de hoy sea tan sólo una promesa,
Sofía Santim-- es la más interesante del Panamá contemporáneo:
“Ésta es Helensburg
Con sus edificios
pardos y sus héroes de leyenda
Donde los muertos a
la falda de la catedral
Buscan las fresas
para morderlas bajo tierra”
De Carta natal al país de los locos (Poeta en
Escocia)
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